Nuevamente la tributación emerge en la discusión, pero no para plantear su rol protagónico en la contribución para una mejor sociedad; no para descubrirnos su papel principal en la distribución de recursos financieros para dotar de fondos en aquellos espacios de necesidad en donde la población se resiente con mayor laceración como la salud y la educación; mucho menos para indicarnos las líneas estratégicas de la inversión en donde nos señalaría cómo plantar cuestiones estratégicas en materia de infraestructura, tecnología y educación para el desarrollo; y aún más lejana la posibilidad de encontrarnos con una tributación que apunte a reformar el sistema de previsión social para conducirlo a la universalidad. Nada de ello.
El callejón de la tributación se cierra y oscurece aún más para mostrarnos sus flancos más débiles, en donde no se consigue llegar a las metas y aún así se mantiene el superintendente, cuando al anterior por menos lo destituyeron. En ese juego de sombras propias de un callejón, la tributación se mete más en la penumbra y no puede descifrar cómo resolver el problema de corrupción en las aduanas en donde los bultos fantasmales de la oscuridad del callejón, se muestran lejanos, fugaces, pero certeros en manejar todos los negocios de las importaciones, sin que se puedan ubicar a pesar que se sabe de sus mafias permanentes y escondidas en la penumbra.
En ese callejón de la tributación, el propio Presidente Pérez, pretende meter más oscuridad a la negrura del fondo del callejón, cuando se le ocurre, olvidándose que es el primer mandatario y no un general o más bien un militar a la antigua usanza, de ordenar, de mandar, de pretender disciplinar buscando que el directorio de la SAT se cambie por “los de él”, por “dóciles directores” para que aprueben sus opacidades disfrazados de contratación de empresas argentinas para mejorar la recaudación, aduciendo que al no aceptarla se beneficia a los de siempre.
La tributación agoniza en su propio callejón de la incertidumbre, de la incapacidad y de la corrupción, cuando la mayor cantidad de sombras llegaron con una reforma tributaria mal hecha, mal concebida caracterizada por pretender mucho, sin medir la capacidad de implementación, pues no se contaba ni con los procesos adecuados, ni los recursos humanos capacitados y toda la instrumentación necesaria para conducirla de forma precisa, segura y oportuna y se terminó hundiendo más en las sombras y ahí los fantasmas hicieron un mayor aquelarre y se aseguraron su calidad de espíritus fantasmales.
La tributación se pierde en su propio laberinto de opacidad y profundiza la oscuridad, con la negrura de la deuda, pues al no contar con los recursos necesarios propios de una tributación que sigue descansando en los impuestos indirectos (casi 70%) y un poco en los directos (30%), con lo cual agudiza su sombría estructura regresiva, mientras que no consigue controlar el trasiego ilícito que se da en las aduanas, ni mucho menos el contrabando y la defraudación en donde hasta la propia cúpula de este gobierno y de todos los anteriores, saben bien qué pasa y cómo pasa, pero callan con complicidad y se unen a la penumbra que el callejón cobija.
Agudizar los niveles de la deuda profundiza la oscuridad de la tributación aún más, puesto que la misma ya llega a condiciones críticas y donde el costo de oportunidad de la sociedad y la propia tributación la hace ahogarse más, pues la cantidad de recursos para honrar la deuda interna y externa obliga a pagar lo equivalente a la asignación del Ministerio de Educación, con lo cual deja la tributación y al país, en medio de la penumbra, el frío y la oscuridad de un callejón, que hoy parece ser, sin salida.