Redacción La Hora
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En 1948, el escritor británico Georg Orwell terminó de escribir su apocalíptico libro «1984», que adquirió ese título sólo por cambiar el nombre del año: de 48 cambió a 84. Este libro se constituyó en una «antiutopía», en donde reflejaba un mundo futuro controlado por el totalitarismo.
De ese libro, surgió el llamado «Big Brother», ese ente totalizador que controlaba todo, a todos, con sólo el sonido de su voz. Parodiando esa figura, en Alemania surgió un programa del «reality show», en donde se experimentaba con personas que, recluidas en una casa sin salida, recibían órdenes del «Big Brother»; poco a poco se iban eliminando competidores hasta que resultase un ganador. El programa se hizo tan popular, que llegó a realizarse en Inglaterra y en México, por ejemplo.
Esa parodia queda muy corta a la visionaria antiutopía de Orwell, quien descubrió que el mundo futuro, es decir hoy día, estaría caracterizado por un fuerte control de las voluntades de las personas. El Big Brother orwelliano intentaba ser una «cara amable», hasta paternal, por lo que en lugar de denominarse «presidente» o «rey», era como el hermano mayor.
Pero, en la práctica, el férreo control de lo que hacían las personas era su razón de ser. Orwell, al parecer, temía por las dictaduras extremas, pero, sin querer, vislumbró a nuestras «democracias dirigidas».
Ahora, para aterrizar en el país, la cuestión del espionaje denunciado el jueves pasado por el presidente ílvaro Colom no debería ser un tema de sorpresa. Obviamente, durante la guerra se hicieron labores de inteligencia militar enfocadas en esto, y, después, durante los gobiernos civiles, también, aunque no lo quieran aceptar los anteriores mandatarios.
Tampoco es desconocido que las fuerzas de seguridad, puedan hacer rastreos en teléfonos, correos electrónicos y otro tipo de espionaje, si es dado el caso en un asunto de «seguridad», según lo establece la resolución de la Corte de Constitucionalidad No. 2837-2006, que declara constitucional esa práctica dictaminada en el Decreto 71-2006 de la Ley de la Dirección General de Inteligencia, y el Decreto 21-2006 de la ley contra la delincuencia organizada, lo cual contraviene el artículo 24 de la Constitución de la República, en donde se habla de la inviolabilidad de la correspondencia, documentos y libros de las personas, así como de las comunicaciones a todo nivel.
La acción del presidente Colom fue valiente, ya que develó una práctica habitual, que ya se sabía, pero que todos callaban. Desde ayer, Guatemala amaneció sintiéndose desnuda, ya que hasta empezó a desconfiar de que el Big Brother nos estuviera espiando en el baño o mientras preparamos una sorpresa; incluso, los infieles y los involucrados en negocitos ilícitos se sintieron traicionados.
Los comentarios de muchos ciudadanos fueron dirigidos al siguiente pensamiento: «Si espían al Presidente, ¿qué no estarán haciendo conmigo?» Y, aunque nuestras vidas no signifiquen mucho para los poderosos Big Brothers incrustados en el Estado, para nosotros sí valen, y mucho.
Por eso, es hasta comprensible que en el Congreso de la República y en el Organismo Judicial, se sientan «espiados», porque si se espiaba al presidente, ¿en dónde más estarán? Y, así, el Big Brother sabrá, por ejemplo, qué pasó exactamente con los 82.8 millones de quetzales desviados en el Legislativo (y que este caso del espionaje no desvíe la atención de este caso), o dónde está el antejuicio contra el diputado Aníbal Salguero, que se encuentra «perdido» en saber qué sala de Tribunales.
Que Colom haya denunciado al Big Brother es un tema que debe preocuparnos; Carlos Castresana, titular de la CICIG, ha de estar bien pendiente porque todo esto apunta al verdadero poder oculto e incrustado en el Estado, y que desde ahí podría venir la descomposición social de otras instituciones, como la policía, los juzgados o las fiscalías del MP.
El vicepresidente Rafael Espada también denunciaba ayer la fuga de información de este Big Brother a ciertos medios de comunicación (La Hora no, por supuesto), ya que algunos sabían de antemano, y hasta se atrevían a titular sus portadas, con esta información. El vicemandatario recomendó a los medios que denunciaran también a estas fuentes, para que conduzcan, de una vez por todas, al Big Brother, o más conocido en los bajos barrios de Guatemala como «el mero tenazudo», «el jefe de jefes» o, simplemente como «el mandamás». De esa cuenta, podremos empezar a curarnos de espantos y vivir una democracia que empiece a crecer con libertad.