El benjamín ya no es el benjamín, al menos hablando en términos políticos. Las recién culminadas elecciones salvadoreñas dejan algunas lecciones que vale la pena recoger y examinar para vernos reflejados en el país vecino.
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Más allá del candidato ganador, la reciente democracia de El Salvador demuestra que va creciendo a una velocidad muy distinta a la nuestra. Los políticos chapines siempre han puesto en el tablero la comparación entre ambas naciones, colocando a los vecinos como el adalid de la administración política encabezada por partidos de derecha tradicional, justificando de ese modo, las erróneas decisiones en cuanto a la ejecución de recursos e implementación de políticas que benefician a los grupos de poder.
Pero los mismos salvadoreños se han dado cuenta de la venda que tenían y al verse sumergidos en una sociedad desigual, detuvieron la maquinaria del partido Arena y su tradicional forma de conseguir la presidencia en los últimos veinte años.
Ni El Salvador ni Guatemala son unos paraísos, y ambos comparten los mismos males. Tenemos maras, violencia, migrantes, una guerra y miles de gente con hambre. Pero algo ha existido en ese país cuya opinión pública comienza a manejar criterios propios, una pequeña luz al final del túnel. Lo vimos por la forma sucia en que se desarrolló la campaña en su recta final, en donde cada partido apoyado en algunas ocasiones por grupos con ideología radical, lanzándose porquería uno del otro. Incluso ese manejo malintencionado de las encuestas para favorecer a un candidato manipulando resultados, no lograron que el votante modificara su elección y se inclinara a su opción política con voluntad propia.
El benjamín salvadoreño votó por el cambio y sus hermanos mayores celebraron el hecho. Ahora bastará esperar cómo el nuevo presidente asume en una maquinaria amoldada por la derecha de su país. Ojalá que tantos años que esperó la izquierda gobernar ese país no se consuman en meros arranques de intenciones y caigan en decisiones erróneas y poco beneficiosas para la nación.
Sin duda alguna, a partir de la toma de posesión de Mauricio Funes habrá un seguimiento directo entre las autoridades guatemaltecas y salvadoreñas. Sobre todo estará a la expectativa el conjunto de empresarios que comparten capital con amplias inversiones inmobiliarias y de intercambio comercial, con la nueva adopción de posibles políticas más inclinadas al ámbito social y menos en mejoras superficiales del país. Bastará recordar que í“scar Berger y el saliente Antonio Elías Saca fueron aliados estratégicos además de compartir su inclinación a las clases dominantes del respectivo país. ílvaro Colom y Funes, para con sus matices, abanderan proyectos distintos e inéditos en sociedades cuya clase dominante es primitiva, y probablemente buscarán sus propias alianzas.