Un japonés apasionado de mangas (cómics nipones) y videojuegos, que ayer asesinó a siete personas en un ataque de locura en un barrio a la moda de Tokio, había descrito con detalle su matanza en internet.
Mientras la población conmocionada acudía a recogerse ante el altar improvisado en el lugar de la tragedia, hoy surgían nuevas informaciones sobre la forma en que el individuo premeditó su ataque contra el barrio electrónico de Akihabara, situado en el noreste de Tokio.
Tomohiro Kato, de 25 años, era empleado temporal de una fábrica de piezas de automóvil en la región de Shizuoka (centro), informó la policía.
En la mañana de ayer, recorrió los cerca de 100 km que separan su ciudad de la capital al volante de un camión de alquiler. Después se dirigió a Akihabara, invadida por miles de japoneses y de turistas extranjeros atraídos por las tiendas de electrónica y los videojuegos.
Lanzó su vehículo contra los peatones que deambulaban por las calles, cerradas a la circulación, tras lo cual salió armado con un cuchillo y apuñaló a varios viandantes aterrorizados.
Siete personas murieron y otras 10 resultaron heridas.
Kato declaró a la policía estar «cansado de vivir» y afirmó haber ido a Tokio «para matar, a quien fuese».
El detenido, que tenía aparentemente pasión por la subcultura de los mangas y de los videojuegos, confesó a la policía haber relatado con detalle su periplo mortal en internet, enviando mensajes a partir de su teléfono móvil.
«Lanzaré mi vehículo contra la gente y si resulta inútil, saldré con un cuchillo. Adiós a todos», anunció en un mensaje difundido varias horas antes de la matanza, según la prensa japonesa.
En otra página web, un mensaje anónimo fechado del 27 de mayo con un título premonitorio, «un desastre en Akihabara», advertía que se produciría una tragedia «el 5 de junio o un poco antes».
Según su patrón, Kato trabajó hasta el 4 de junio, fecha en que se ausentó sin dar razones. «Tenía una muy buena actitud en el trabajo y no daba problemas», declaró a los periodistas Naoyuki Hashimoto, portavoz de la fábrica Kando Auto Works.
En la mañana del lunes, la lluvia de la noche había borrado las manchas de sangre en las calles de Akihabara, mientras los asiduos del barrio dejaban flores y se recogían ante un altar improvisado sobre una mesa en un cruce de calles.
Conforme a la costumbre japonesa, caramelos, bebidas e imágenes de cómic se acumulaban en memoria de los desaparecidos.
«He dejado café porque pienso que algunas de la víctimas necesitarán un café esta mañana», afirma Ukyo Murakami, un adolescente de 14 años de camino a la escuela. «Temo que haya hecho esto porque jugaba a videojuegos. Pero debería haber sabido que en la vida sólo hay una partida».