El arte de una literatura marginal


Federico Garcí­a Lorca (Granada, 1898- 1936) cumplirá la próxima semana, el 5 de junio, 110 años de vida. Casi cualquier motivo es digno para celebrar un aniversario del poeta andaluz, ya que su poesí­a ha trascendido los más de 70 años de su muerte.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Garcí­a Lorca vivió en una época convulsa para España. Nacido en el mismo año en que España pierde todas sus colonias y deja de ser un imperio, crece durante numerosos cambios, que culminarán con la Guerra Civil, perí­odo que no llega a vivir del todo porque a sus inicios fue fusilado.

Su niñez y juventud lo marcaron casi definitivamente. Creció en Granada, en ese baluarte de la cultura mora que tanta riqueza cultural y espiritual le ha dado a España. Lo popular se mamaba hasta en la leche. Garcí­a Lorca, desde pequeño, aprendió las canciones populares, los estribillos gitanos, lo cual lo impresionó.

VIDA Y OBRA

En 1918 publicó su primer libro Impresiones y paisajes. Dos años después, presentó su primera obra de teatro El maleficio de la mariposa. En 1921 publicó Libro de poemas, y en 1923 se estrenaron las obras para tí­teres La niña que riega la Albahaca y el prí­ncipe preguntón.

En 1927, publicó Canciones, y Romancero gitano en 1928. Un año después, se fue a Nueva York a estudiar, de donde sale la experiencia para escribir Poeta en Nueva York. Luego pasó por La Habana, en donde aprovecha para iniciar la redacción de sus dos obras teatrales surrealistas Así­ que pasen cinco años y El público.

Al instaurarse la Segunda República española, Garcí­a Lorca fue nombrado codirector de la compañí­a estatal de teatro «La barraca», donde disfrutó de todos los recursos para producir, dirigir, escribir y adaptar algunas obras teatrales del Siglo de Oro español. Escribió en este perí­odo Bodas de sangre, Yerma y Doña Rosita la soltera.

En 1933 viajó a Argentina para promover la puesta en escena de algunas de sus y para dictar una serie de conferencias. Entre este año y 1936 escribió Diván de Tamarit, Llanto por Ignacio Sánchez Mejí­as, que conmovió al mundo hispano, La casa de Bernarda Alba y trabajaba ya en La destrucción de Sodoma cuando estalló la Guerra Civil española.

Colombia y México le ofrecieron el exilio, pero Garcí­a Lorca rechazó las ofertas y se dirigió a su casa en Granada para pasar el verano.

En esos momentos polí­ticos alguien le preguntó sobre su preferencia polí­tica y él manifestó que se sentí­a a su vez católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico. De hecho nunca se afilió a ninguna de las facciones polí­ticas y jamás discriminó o se distanció de ninguno de sus amigos, por ninguna cuestión polí­tica.

Tras una denuncia anónima, el 16 de agosto de 1936 fue detenido en la casa de uno de sus amigos. Nos referimos al también poeta Luis Rosales, quien obtuvo la promesa de «las autoridades» nacionalistas de que serí­a puesto en libertad «si no existí­a denuncia en su contra». La orden de ejecución fue dada por el gobernador civil de Granada, José Valdés Guzmán, quien habí­a ordenado la detención del poeta.

Las últimas investigaciones determinan que fue fusilado la madrugada del 18 de agosto de 1936, seguramente por cuestiones territoriales, ya que algunos caciques, muy conservadores, tení­an rencor al padre de Lorca porque era un cacique progresista. Federico Garcí­a Lorca fue asesinado en el camino que va de Ví­znar a Alfacar, y su cuerpo permanece enterrado en una fosa común anónima en algún lugar de esos parajes con los cadáveres de dos banderilleros y un maestro nacional, ejecutados con él.

LA MARGINALIDAD ESTí‰TICA

La valoración de la obra de Garcí­a Lorca pasa por su capacidad de abstraer la poesí­a del sentir popular del pueblo. í‰l, sin ser gitano, logró evidenciar el mundo de ellos en Romancero gitano.

Los gitanos han sido una especie de raza aparte en España, un mundo perdido y excluido, el cual sólo viví­an el margen.

Mientras otros poetas cantaban a los Campos de Castilla, Garcí­a Lorca volteó a ver hacia los litorales de la Pení­nsula Ibérica. Creó, entonces, sus teorí­as del «cante jondo», que es el canto hondo y aspirado de la región andaluza.

Sentir los martillazos del gitano sobre el yunque, era el motivo del ritmo que le otorgó a su romancero. Ese continuo golpeteo, cotidiano en las regiones gitanas, pasaban desapercibidas para la mayorí­a. Pero Garcí­a Lorca encontró en ellos poesí­a pura, la cual la trasladó a su libro.

Los gitanos en España son objetos folclóricos, que mueven cultura y turistas, pero no mueven a los polí­ticos a mejorarles su calidad de vida; es decir, podrí­an pasar marginados.

Garcí­a Lorca no era gitano, y desde su Romancero, se le vinculó como si lo fuera. Ello porque logró identificar un sentimiento popular.

Pero el poeta granadino no sólo descubrió la marginalidad en los gitanos. Al estar en Nueva York, donde él era el marginado, descubrió la soledad, y el choque que la vida moderna hace a las personas.

Nueva York, desde entonces, era una ciudad frí­a, donde la poesí­a podrí­a pasar inadvertida. Pero no para Garcí­a Lorca, quien desde su experiencia en la soledad, hace de Nueva York motivo de uno de los libros mejores del surrealismo español: Poeta en Nueva York.

Su sensibilidad marginada en esa máquina frí­a de hacer dinero, lo conduce a descubrir la belleza. Pero no la encuentra en la bolsa de valores, ni en los edificios (Asesinado por el cielo. / Entre las formas que van hacia la sierpe / y las formas que buscan el cristal / dejaré crecer mis cabellos.), sino que en la gente: en los marineros, en los asesinatos, en la gente que camina de prisa, en los negros de Harlem. (¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! / No hay angustia comparable a tus ojos oprimidos, / a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, / a tu violencia granate, sordomuda en la penumbra, / a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.)

Como escape a esa ciudad, Lorca, fí­sicamente y en el poemario, termina en La Habana, Cuba, en donde el ritmo se le vuelve a aparecer. En su «Son de negros en Cuba», es capaz, de nuevo, de encontrar el ritmo en lo popular. Como si fueran unas maracas que constantemente están sonando para llevar el ritmo, Garcí­a Lorca descubre la musicalidad en el habla de Cuba.

Cuba, por cierto, continuaba siendo un lugar frecuente para españoles, que, a pesar de que ya no era su colonia, sí­ tení­a profundas raí­ces peninsulares, y la mayorí­a de los habitantes tení­an ancestros recientes españoles.

Pero Garcí­a Lorca no sólo descubre la riqueza de la marginalidad en poblaciones discriminadas. También es capaz de solidarizarse con otros sentimientos. Por ejemplo, su teatro se basa en las pasiones en torno a las mujeres.

Con simbolismos rurales, Yerma también es la solidaridad con las mujeres que no pueden tener hijos. La casa de Bernarda Alba es la visión sensible hacia un mundo de mujeres que difí­cilmente es comprendido por un hombre.

En La casa de Bernarda Alba, Garcí­a Lorca logra crear una historia para aislar a los hombres, y presentar un mundo exclusivamente femenino, en donde el deseo de libertad de una sociedad machista, es la que subyuga y termina por matar a las mujeres en soledad.

La solidaridad con las mujeres luce, incluso hoy, admirable, no por haberlo hecho, sino por el grado de comprensión que el poeta y dramaturgo tení­a hacia ese mundo.

Por último, una marginalidad con los homosexuales. Garcí­a Lorca era abiertamente gay, precisamente en una época en que esta condición era duramente condenada. Aunque no tuvo una obra que expresara su sensibilidad al mundo homosexual, se podrí­a encontrar en Llanto por Ignacio Sánchez Mejí­as el grado de consternación que le provoca la muerte de un hombre. Su fina sensibilidad lo hace, de nuevo, construir hilos hacia el sentir humano, al margen de las apariencias y de lo correcto.

Garcí­a Lorca ha logrado un mundo poético plenamente logrado, y que ha trascendido fronteras geográficas y temporales, debido a una gran sensibilidad y una gran capacidad de reconocer la belleza en otras formas de expresión, que se alejan del centro cultural. Así­, valoró al gitano, al negro de Harlem, al cubano, a la mujer y al sentimiento homosexual.

«Yo soy español integral y me serí­a imposible vivir fuera de mis lí­mites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí­ que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera polí­tica.»

Federico Garcí­a Lorca