El arte de la sobrevivencia


La crisis de los cien dí­as, la de la adolescencia, la de los 40, la menopausia. En la vida parece que uno debe acostumbrarse a las crisis porque es una de las cosas más permanentes y seguras de la existencia. Las crisis a todos nos llegan y cada vez que aparecen (según su dimensión) es complicado salir de ellas. Bien nos valdrí­an cursos para saber cómo conducirse en esas circunstancias.

Eduardo Blandón

Los expertos en manejo de crisis, estoy seguro, son los polí­ticos. Estos pitecántropos son geniales porque todo el tiempo viven en «alas de cucaracha» y así­ la vida los fortalece a diario. Creo que los polí­ticos deben sentirse más bien incómodos cuando no tienen problemas y no hay desafí­os. Ellos sienten en cada problema una especie de orgasmo vital, cosquillas corpóreas originadas en un lugar fí­sico inexistente en el común de mortales, por lo que sienten corrientes eléctricas «ricas» y fascinantes. Son tan «cabrones» que son los maestros en el arte de la sobrevivencia. Advirtamos algunos ejemplos.

Si a Rí­os Montt, por ejemplo, no le encantara vivir en permanente estado de crisis hace mucho tiempo que se habrí­a alejado de la vida pública, se habrí­a cansado y retirado a una vida más tranquila y sosegada. Pero no puede, el genocida (según algunos), siente placer por estar en la cuerda floja, al filo de la navaja y en la cresta de la ola, el tambaleo es lo suyo y, sin duda, en ese rollo morirá. ¿Ha visto cómo ha sorteado las crisis? Es un gurú en el arte de la escapatoria, hasta ahora no ha habido poder del mundo que lo haya llevado a los tribunales y, finalmente, encerrado en una cárcel.

Los polí­ticos así­ son: camaleones y aguantadores de campeonato. Les gusta ser citados al Congreso, por ejemplo, para que los caimanes en grupo los amenacen con voracidad. Evidentemente, muchos sienten en esos momentos flojera de estómago y piden permiso para ir al baño, pero, en el fondo, disfrutan el riesgo y hacen de este acontecimiento una oportunidad para demostrar su valí­a. Y… sorpresa, sobreviven la prueba y siguen adelante. Si fueran «normales», renunciarí­an de inmediato ante tanta humillación de antropófagos, pero como son «animales-polí­ticos», siguen adelante.

Ejemplos de polí­ticos sobrevivientes hay por montón y trascienden las fronteras de nuestro paí­s. Dos de los ejemplos más claros son Alan Garcí­a, en Perú, y Daniel Ortega, en Nicaragua. Estos polí­ticos, contra viento y marea, son el ejemplo vivo del eterno retorno y la encarnación del sujeto pertinaz, terco o cabeza dura. Quizá por eso, los «buenos» Somoza, sabios de la psicologí­a de los polí­ticos, optaban por matar a sus opositores, así­ no tuvo piedad ni contra Sandino ni Chamorro. A los polí­ticos, quizá pensaba, no hay que dejarlos vivos, porque tarde o temprano, expertos en resucitar, irán contra el propio pellejo.

El manejo de crisis es la mayor cualidad de los polí­ticos y el mejor indicador para conocerlos a primera vista. Vea, por ejemplo, cómo Mario Gordillo, nuestro Procurador General de la Nación, presenta batalla para no dejar su puesto. Observe cómo ílvaro Colom tuvo paciencia para presentarse tres veces, derrota tras derrota, como candidato a la Presidencia. Estudie, finalmente, a los muchachos del Congreso que llevan tres o cuatro legislaturas sobre hombros, son magos de la sobrevivencia y saben cómo mover las piezas para continuar viviendo a costas del fisco.

Llegado hasta aquí­, si siente que las penurias económicas lo tienen en jaque, que su potencia sexual lo tiene desinflado (literalmente) y que la tristeza lo embarga porque sospecha que su esposa tiene un amante, alégrese, es la prueba más evidente y cientí­fica de que no es polí­tico. ¿Cabrí­a una alegrí­a superior?