En el atardecer del miércoles 23 de julio, caía una lluvia finísima, debajo de un cielo aplomado con pinceladas de azul celeste, más allá perla rosado y más acá pesados nubarrones niquelados, dispuestos en distintas dimensiones. El Sol incidía en el paisaje con tibios y débiles rayos. De pronto, como si fuese una escena de un cuento de Hans Christian Andersen, apareció en medio de ese cielo tornasolado, un hermoso arcoíris. Parecía que la mano de un ángel aconsejado por Vincent Van Gogh lo hubiese pintado: un arco perfecto, brillante y flotante, con sus siete colores completamente definidos: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Ante la majestuosa imagen hubo diferentes reacciones de quienes iban pasando por la pasarela del centro comercial; parejas que se abrazaban y besaban, talvez pidiendo algún deseo; hubo quienes se persignaban, mientras otros le tomaban fotografías con su celular; pero al unísono todas las personas se encontraban extasiadas ante el espectáculo natural. El arcoíris ha sido por siempre una maravilla ante los ojos soñadores de los seres humanos: una fantasía, algo asombroso y encantador. Es parte esencial de historias, mitos, augurios y supersticiones. Uno de los relatos más importantes lo encontramos en el libro del Génesis (Antiguo testamento). Aquí el arcoíris es la promesa de Dios ante Noé, asegurando Dios que no castigaría con otro «Diluvio Universal» a la humanidad: «Esta es la señal de la alianza que establezco para siempre entre yo y ustedes y con todo viviente por todas las generaciones. Pongo mi arco en las nubes para que sea una señal de mi alianza con toda la tierra. Cuando yo cubra de nubes la tierra y aparezca el arco en las nubes yo me acordaré de mi alianza con ustedes y con toda alma que vive, y no habrá más aguas diluviales, para acabar con todo lo viviente. Pues el arco estará en las nubes; yo al verlo me acordaré de la alianza perpetua entre Dios y todo ser animado que vive. Esta es la señal de la alianza que he establecido entre yo y todo lo viviente que existe sobre la tierra». Debo decir que el arcoíris es un fenómeno óptico y meteorológico, que se produce cuando los rayos del sol atraviesan diminutas gotas de agua contenidas en la atmósfera. Marco Antonio de Dominis en el año 1611, fue el primero que dio una explicación científica sobre la forma y estructura del arcoíris. En 1637 la confirmó René Descartes, en su libro «El discurso del método». La explicación de Descartes se basó en la refracción y la reflexión de la luz dentro de una gota de agua, e hizo un gráfico de la trayectoria seguida por sus diversos rayos. Luego el gran científico Isaac Newton, demostró con la ayuda de un prisma que la luz blanca del Sol contiene precisamente los colores del fenómeno atmosférico. Esta separación de la luz en los colores que la conforman recibe el nombre de «descomposición de la luz blanca». La forma del arcoíris queda determinada por la dispersión de esta luz a través de gotitas de agua esféricas, que crean fases coloreadas, quedando la banda roja en el exterior y la banda violeta en el interior. El arcoíris ha sido inspiración para las artes universales; pintores, poetas y músicos lo han evocado. Así dentro de mis composiciones líricas no podía faltar una dedicada a esta visión deslumbrante: «Arcoíris inasible/ velo cósmico/ susurro opalescente/ clarividencia y percepción./ Deseo, ilusión y destello/ incidencia de gotas doradas/ lágrimas del tiempo/ matizadas en colores transparentes./ Rojo emergente de continua pasión/ naranja sublime calidez/ amarillo supremo de existencia/ verde esperanza del ser/ azul oceánico cielo/ añil dualidad azulviolácea/ violeta encarnación de dolor./ Diadema triunfal/ de rocíos iridiscentes.»