Si no fuera por lo que hemos visto en México y otros países, el tema de los «Zetas» no debería preocuparnos, deberíamos dormir a pierna suelta y soñar con los angelitos.  Pero no es así.  Las evidencias respecto a las sangrientas venganzas de esa organización criminal deberían llamarnos a la reflexión y buscar refugio hasta en el mismo Dios omnipotente.
Los «Zetas» son un desafío para el país por varias razones.  En primer lugar porque se abre un nuevo capítulo frente a los numerosos problemas que tenemos como nación: pobreza, desigualdad, falta de educación, salud, agua, contaminación ambiental, delincuencia común, etc.  Quiere decir esto que los escasos recursos con que contamos debemos ahora redirigirlos a un nuevo frente que, hace años, no estaba contemplado.
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 Se trataría ahora de reorganizar el presupuesto y, si pensábamos gastar más en educación y salud, habría que pensar en compra de armas, formación de soldados y muchas vituallas para el mantenimiento de tropas.  Esto es una guerra y las luchas no se ganan sino invirtiendo en ellas.  Los «Zetas» no vienen con caramelos ni combaten con ideas: cuentan con muchos recursos para hacer temblar a cualquier país por grande (o pequeño) que sea.Â
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 Por lo que hemos visto en México, los intereses son de tal envergadura (lo que se juegan en dinero) que esos grupos están dispuestos a todo.  Por eso no es descabellado pensar que seguiremos contando muertos en Guatemala.  O sea, los que pensaron que la firma de la paz (hoy celebramos el magno día) significaría el descanso feliz de todos los justos que habitamos el país, se equivocan de cabo a rabo.  La guerra no ha cesado en ningún momento y si no ha sido de una forma, ahora es de otra.
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Nos aprestamos entonces a poner el pisto y los muertos.  Nada halagí¼eño futuro el que nos espera.  Por eso decía al principio que debemos empezar a buscar refugio en alguna parte.  Y la cosa es complicada tanto si se les combate o no.  Igualmente, parece que estamos condenados al terror.  Guatemala es un territorio importante para esos grupos mafiosos y desean imponer su bandera, a fuego y plomo.
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¿Apocalíptico?  Algo así.  Como lo que viven los mexicanos en sus fronteras.  La guerra contra los «Zetas» sólo puede dejar tranquilos a los que la ven de lejos: los gringos.  A nosotros no nos queda sino, como dice el libro sagrado, vivir con temor y temblor. Sabiendo que el futuro de nuestros hijos está en peligro y que cada vez se vuelve más asfixiante el oxígeno que respiramos.
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  Menudo año el 2011, una combinación explosiva: narco y elecciones.  Que Dios nos coja confesados.