El apego al terruño


Parecerá contradictorio que numerosos pobladores de la capital, la mayor concentración del paí­s, llámese centralismo o macrocefalismo, expresen el apego al terruño. Fenómeno social permanente de apreciación, ponderado por el distanciamiento material, inscrito en añorar lo que hubo dejarse atrás por necesidad.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

Los hijos del querido rincón, con nostalgia expresan aquel sentimiento intensificado por los lebreles que se potencializan en el torrente sanguí­neo. Buscan el alero citadino por motivos de estudio, trabajo o de una supuesta mejorí­a de vida, todo al impulso posterior de significativos ingresos monetarios y la superación personal.

Sin embargo, en las retinas y el corazón guardan, como en un cofre del tesoro, incontables vivencias, a modo de impronta, reactivados y distantes del ¡clic! de la computadora. Ello constituye una prueba fehaciente del entrañable espacio vivificante, en el marco del nivel afectivo, imposible de ocultarse jamás ni nunca.

Actúa y posibilita cualquier ocasión para coadyuvar en la medida de las posibilidades a enaltecer la tierra inolvidable donde vio la luz primera. Con un cúmulo de actitudes a diario hace la travesí­a constante mediante el pensamiento veloz, capaz de salvar escollos y distancias en el acto, para solaz de una sumatoria de reminiscencias.

Enciende presto las luces del entusiasmo, más en horas nocturnales, cuando lleva a feliz término ansiados recorridos adonde enterró el ombligo. Si se hace presente en persona allá, comparte emotivas instancias en la grata compañí­a familiar, amistades y la lista de personas conocidas, con renovada y estimulante actitud.

De preferencia organiza en unión de los suyos, a costa de grandes sacrificios que da por bien hecho, viajes de retorno al sitio de su predilección. En ocasión propicia de la fiesta titular pueblerina, Semana Santa, Navidad o Año Nuevo, así­ como parte de sus vacaciones dirige con avidez y ansias esos periplos.

Al paso del tiempo, causante certero de la principal agresión sufrida por los seres humanos, declina el hábitat capitalino, en términos individuales. Inicia el imparable deseo de vivir más tranquilo y sencillo, para reencontrarse de nuevo con lo que otrora dejó, en la búsqueda «del sueño capitalino».

Es muy cierto que la provincia no es ya la que abandonamos tiempo largo atrás. Coincido al respecto con Prosas mundanas, especí­ficamente la atinente a Volver al terruño, de la muy leí­da pluma del licenciado René Arturo Villegas Lara, publicado hace ratos en Diario LA HORA.

Dejo constancia que su puntual cita: «…los pueblos de entonces ya no son los mismos», de un estilo becqueriano y pleno de un dejo de melancolí­a, responde bien a una axiomática sentencia. Añado también ser copartí­cipe de ese pensamiento anterior que sus Prosas mundanas siempre las leo con sumo interés, cuando aparecen publicadas en el vespertino La HORA.

Menciona que el licenciado Roderico Segura Trujillo, ex rector de la Carolina, desea desempeñar la alcaldí­a de San Benito-Petén, en aras del disfrute algún dí­a, de la tranquilidad que depara el terruño. Esto último será por extensión, porque Roderico es de mi promoción del Instituto del Norte que funciona en Cobán, Alta Verapaz, y a eso debo tener conocimiento que su terruño es San Francisco del mismo departamento septentrional.

Manifiesto por añadidura que coincido relativamente con énfasis en torno a que el curso de la vida es apacible, diferencia existe, grande por cierto con la tormentosa capital donde vive bajo su alero. Digo ser relativa por cuanto también viene perdiendo tal calificativo a consecuencia entre otras cosas de los grupos de maras que no dejan santo parado.