El año de la decepción


Editorial_LH

Hace un año miles de guatemaltecos vivían con esperanza el inicio del nuevo año porque pensaban que el nuevo gobierno haría realidad su promesa de cambio. Y es que si algo necesita Guatemala, en la dirección que sea, es un cambio porque lo obvio y evidente es que no podemos continuar en el modelo de impunidad y corrupción que compromete todos los fondos públicos y obstaculiza la inversión en desarrollo.


Hoy, doce meses después de cuando se esperaba el inicio del año que podría haber sido de cambio, nos damos cuenta que en el fondo nada cambió, excepto que ahora se actúa con mayor desfachatez y descaro a la hora de justificar cualquier contrato realizado con las viejas mañas de la corrupción. En otras palabras, el mismo Presidente, al justificar negocios como el de Puerto Quetzal, terminó dando patente de corso a todos sus funcionarios para que hagan lo que les venga en gana, contando para el efecto con la complicidad inexcusable de la Contraloría de Cuentas y del Ministerio Público que se encargan de estirar la chamarra que tapa a todos los sinvergüenzas que hacen de la gestión pública la forma de volverse millonarios.
 
 Se ofreció mano dura para combatir la delincuencia común y si bien cuantitativamente se redujo la cantidad de muertos en una cantidad ínfima, seguimos viendo casos cotidianos como el de ayer, cuando un parroquiano salió de un banco del sistema con una cantidad relativamente pequeña de dinero, para ser asaltado por los cómplices del personal del banco que les informaron exactamente la cantidad retirada.
 
 No existe, en realidad, un cambio para mejorar y tampoco existe una visión de Estado que nos permita suponer que estamos en camino de rescatar la institucionalidad democrática. Por el contrario, los negocios están a la orden del día y el ejercicio del poder es únicamente para saquear al Estado en un sucio negocio entre financistas de campaña y los políticos que no tienen ya ni siquiera el rubor de guardar apariencias.
 
 El Presidente, quien habiendo sido poder tras el trono en el gobierno de De León Carpio, en vez de aprender a ser estadista copió a su entonces jefe y mentor las mismas habilidades. La noción de Estado no pasa por sus cabezas y se confirma aquello de que no basta ir al estadio para creerse estadistas. Guatemala es un país que no va a la deriva porque el timón se empuña fuerte en materia de corrupción y negocios como los que vimos en abundancia este año y que se coronaron con la ley de Telecomunicaciones. Pero no ir a la deriva no quiere decir ir por el rumbo correcto, porque vamos derecho a la ingobernabilidad causada por el trastoque de intereses.

Minutero:
El año de la decepción
llega a su terminación
 y el que viene ya no pinta
 para una cosa distinta