Los amigos siempre son pocos. Habitualmente, me decía un cura, en cuanto a su cantidad, se trata de un número impar que no llega a tres. Es difícil tener amigos. Uno tiene que cultivarlos y es el resultado de años. Se les llega a querer tanto que, como decía el cantante, cuando un amigo se va «una estrella se ha perdido». Se les llora y su impronta nos deja marcados por el resto de los días.
Pero uno no es infalible. La capacidad de equivocarse también incluye el error en la escogencia de los amigos. Uno puede tener amigos bagres, como Rolando Morales en el caso de Colom. Morales es un amigo de baja catadura, descalificable incluso para tomarse con él una taza de café. Se trata de esos cuates con los cuales uno piensa quizá que darían la vida por uno, de esos con los cuales uno se fía y metería las manos al fuego, pero que después resulta un absoluto fiasco.
El consuelo es que hasta los más pilas y «dizque» sabios y profetas han tenido amigachos de ese nivel. Mire al buen Jesús por ejemplo. Dicen que fue hasta Dios hecho carne, pero eso no le libró de haber errado en la elección de sus amistades. Confió tanto en su traidor que hasta le confió las finanzas. Estaba chiflado el pobre, creyó que Judas nunca le iba a fallar, lo quería, confiaba en él. Pero éste llevaba en la sangre, eso que llevan los pseudoamigos: hipocresía, mentira y mucho interés de por medio.
También Bruto traicionó a Julio César. El cobarde apuñaló por la espalda a su benefactor, lo tomó por sorpresa y vilmente le dio muerte. Esta es una de las características de los amigos traicioneros, la sorpresa, el acecho, la cautela y, finalmente, la estocada final. Cuando uno menos se lo espera, ahí están los pseudoamigos, de aquí la sorpresa célebre de Julio César: «Â¿Tú también, Bruto?». No se sabe qué duele más, el dolor físico del puñal o el sufrimiento moral por la traición.
Sí, los amigos bagres ahí están siempre presentes. El odio los ciega tanto que son capaces de revelar hasta la última información recibida por el amigo, la retuercen, la acomodan, la venden y hasta la ofrecen con un beso hipócrita para parecer melifluos y dignos de crédito. Por eso no dudan pagar campos pagados, una, dos, tres, las veces que sea necesaria para poner en alas de cucaracha a ese que un día fue íntimo, con el que se compartía el pan y se soñaban proyectos conjuntos. Ese que un día fue recibido en el seno del propio hogar.
Algunos son así, amigos bagres, infelices, incapaces de ser dignos de crédito de nadie. Porque alguien que se estrena vendiendo por unas monedas de plata, revela que su ambición no tiene medida y vendería hasta al más querido de sus seres por unos dólares más. Las traiciones están de moda, los pseudoamigos pululan por todas partes, urge estar atentos y poner a prueba constante a quienes nos revelan fidelidad y afecto hasta las últimas consecuencias. Al final, no nos extrañemos que uno de los más cercanos colaboradores, el «dizque» amigo fiel, también termine riéndose en nuestra cara. Eso es así y no debe ya extrañarnos, menos aún en el caso de los amigos en el mundo de la política.