El estudio, análisis, explicación e interpretación de los hechos o acontecimientos de una época o fase de la historia, depende de las fuentes a que se acude, de las personas con quienes se converse o consulte, y la propia visión y método que siga quien estudia, examina, analiza y trata de explicar e interpretar el pasado. En otras palabras, la historia hay que estudiarla, analizarla, explicarla e interpretarla en su contexto, desenvolvimiento, dinámica, complejidad, entrelazamiento y, los marxistas-leninistas, a la luz del materialismo dialéctico e histórico.
Como ya dije en mi columna de la semana pasada, hace 35 años tuve la ocasión de estar en Cuba y participar en las conmemoraciones del XX aniversario del Asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, como parte de la delegación que por decisión de la dirección del partido integramos con el compañero Mariano. El acto central tuvo lugar en Santiago de Cuba. Asistir a esta histórica conmemoración fue para mí un reencuentro con la historia de Cuba, el momento en que entonces se estaba, el desarrollo, avance, problemas y dificultades en la edificación del socialismo en el primer país de nuestro continente, y el probable desenvolvimiento de la situación internacional. Me permitió, además, acercarme al cuadro de la situación, condiciones y circunstancias en que tuvo lugar la heroica gesta protagonizada por la Generación del Centenario, y el entorno internacional de 20 años atrás.
Fue esta la primera vez que estuve en Santiago de Cuba. En Cuba, la segunda. A mediados de 1962, pasé por La Habana rumbo a Moscú para asistir al Primer Foro Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
En Santiago, la visita a la granjita Siboney la hicimos varias delegaciones de América Latina y el Caribe. De la granjita Siboney salieron la madrugada del día de Santa Ana de 1953 los atacantes del Moncada. Santiago estaba en carnaval. Por lo que he sabido después, el joven y aguerrido dirigente del asalto habría dicho a sus compañeros: «Â¡Si salimos, llegamos. Si llegamos, entramos. Si entramos, triunfamos!»
Veinte años después, el 26 de julio de 1973, el ya Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, diría que el fallido asalto al Cuartel Moncada «No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo. Trincheras de ideas fueron más poderosas que trincheras de piedras. Nos mostró el valor de una doctrina, la fuerza de las ideas, y nos dejó la lección permanente de la perseverancia y el tesón en los propósitos justos». Segundos antes había enfatizado que «El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias».
En estos días que he vuelto a leer este trascendental discurso, no puedo dejar de transcribir una mínima parte de lo entonces expresado por el líder máximo de la Revolución Cubana. Su vigencia y actualidad, lo amerita con creces.
«Algunos de nosotros aún antes del 10 de marzo de 1952 -dijo Fidel Castro Ruz-, habíamos llegado a la íntima convicción de que la solución de los problemas de Cuba tenía que ser revolucionaria, que el poder había que tomarlo en un momento dado con las masas y con las armas, y que el objetivo tenía que ser el socialismo.
«Â¿Pero cómo llevar en esa dirección a las masas, que en gran parte no estaban conscientes de la explotación de que eran víctimas, y creían ver en la inmoralidad administrativa la causa fundamental de los males sociales, y que sometidas a un barraje incesante de anticomunismo, recelaban, tenían prejuicios y no rebasaban el estrecho horizonte de las ideas democrático-burguesas?
«A nuestro juicio -agregó-, las masas descontentas de las arbitrariedades, abusos y corrupciones de los gobernantes, amargadas por la pobreza, el desempleo y el desamparo, aunque no vieren todavía el camino de las soluciones definitivas y verdaderas, serían, a pesar de todo, la fuerza motriz de la revolución.
«La lucha revolucionaria misma, con objetivos determinados, concretos, que implicara sus intereses más vitales y las enfrentara en el terreno de los hechos a sus explotadores, las educaría políticamente. Sólo la lucha de clases desatada por la propia revolución en marcha, barrería como castillos de naipes los vulgares prejuicios y la ignorancia atroz en que la mantenían sometida sus opresores».
En cuanto al futuro de nuestros pueblos y países, previsoramente advirtió que «El camino de los pueblos de América Latina no es fácil. El imperialismo yanqui defenderá tesoneramente su dominio en esta parte del mundo. La confusión ideológica es todavía grande (…) Pero el proceso de liberación nadie podrá detenerlo a la larga. Los pueblos de Latinoamérica no tienen más salvación posible que liberarse del dominio imperialista, hacer la revolución y unirse».