Hoy, 14 de junio, se cumplen 103 años del inicio de la fallida sublevación del acorazado ruso Potemkín, anclado en aguas del Mar Negro. Los oficiales al mando decidieron que los marineros comieran «borsch» (guiso ucraniano), con carne llena de gusanos. La tropa se rebeló y comenzó un amplio movimiento social antizarista, considerado el prefacio de la Revolución Bolchevique de 1917. La nave insurrecta, carente de dirección y después de navegar sin rumbo, se entregó a las autoridades rumanas en el puerto de Constanza. El alzamiento fue sublimado en 1925 en el largometraje titulado El acorazado Potemkín, encomendado a Sergei Eisestein. La película es considerada uno de los mejores filmes de todos los tiempos, y conserva fresco su discurso político y militante, así como sus hallazgos formales y artísticos.
Ese motín pionero y una película fundamental en la historia del cine no son simples curiosidades históricas, al igual que otro hecho relacionado con la Revolución soviética, cada vez más olvidado: en abril de 1985, Mijail Gorbachov fue elegido máximo dirigente político de la Unión Soviética, circunstancia que marcó el inicio de una política de apertura y de reforma conocida como Perestroika. Se trató de uno de los grandes acontecimientos del siglo XX, junto con el fin del nazismo. Si bien estaba en crisis una de las principales tesis del marxismo-leninismo (la dictadura del proletariado), desde entonces se generalizó sobre el «fracaso» del socialismo todo, pero no se invalidaron las posibilidades del socialismo democrático, de la socialdemocracia o del social-cristianismo. Un error fundamental de los análisis fue considerar que la Unión Soviética abrió una puerta ancha al liberalismo político y con esa apertura sobrevino su derrumbe. Gorbachov era un marxista que buscó modernizar la economía y la sociedad de su complejo país.
Después de 23 años, todavía no puede declararse la victoria del sistema capitalista, la legitimación absoluta del sistema político liberal y la consolidación de un absurdo «mundo unipolar». Una revolución en la mayor revolución socialista nos da la idea de los ajustes pendientes de realizar en el sistema capitalista. A más de dos décadas de distancia, es importante recordar la demostración de que ningún sistema social y económico es «químicamente puro». También es fundamental recuperar la viabilidad de la heterodoxia en el ámbito político.
Si la Unión Soviética hizo una revolución en la revolución, ¿por qué no esperar una revolución capitalista que ajuste la Revolución Industrial y la Revolución Tecnológica? ¿Por qué no una nueva Reforma Liberal en Guatemala, que nos conduzca al liberalismo social?