Hay otras expresiones literarias en donde el abogado ha estado presente. Me refiero a la obra erudita: ensayo literario, histórico o social. En este campo podemos señalar a los abogados Iván Barrera Melgar, Antonio Batres Jáuregui, Luis Beltranena Sinibaldi, Salvador Falla, Clemente Marroquín Rojas, Antonio Machado Palomo, José Vicente Martínez, David Vela, Mario Monteforte, Lorenzo Montúfar, Agustín Mencos Franco.
Regularmente este trabajo está precedido de una labor investigativa poco común en nuestro medio y eso le agrega un mérito de mucho valor. No quiero dejar de señalar también, gracias a la información de David Vela, que también fueron abogados: José María Peinado, José Cecilio del Valle, José Francisco de Córdova, Alejandro Marure, Francisco De Paula García Peláez, Antonio Batres Jáuregui, cuyos nombres son conocidos en el decantar histórico de nuestro país.
Finalizo estas notas puntualizando sobre lo siguiente:
El Colegio de Abogados de Guatemala, en una oportunidad, rindió homenaje a tres abogados escritores: Rafael Zea Ruano, Luis Antonio Díaz Vasconcelos y David Vela Salvatierra. Los tres trabajaron en una u otra tarea literaria y enriquecieron la cultura nacional, colocando una medalla de singular mérito en la solapa del Colegio. Zea Ruano, con sus novelas y sus poemas; con su dedicación a la Universidad; con su aquilatada labor de maestro mereció sin titubeos ese reconocimiento. Díaz Vasconcelos, bajo la tutela de Gómez Carrillo, recorrió mundos y recónditos parajes para entregarnos sus crónicas de viajes; y si esto fuera poco, se introdujo también en la historia del Derecho y en la historia de la literatura guatemalteca. Su Antología del Cuento Guatemalteco, en dos tomos, es un aporte que no puede dejar de señalarse, porque con paciencia de relojero suizo, fue recogiendo durante años la producción de muchos cuentistas guatemaltecos, como para demostrarnos que desde la herencia maya quiché, hemos venido aprendiendo a tocar flauta y a contar cuentos. David Vela Salvatierra: novelista, poeta, historiador, ensayista; no tuvo límites su fructífera existencia. Fue un constante hombre del combate por ensanchar la geografía de la cultura nacional. Universitario pleno, desde sus años de estudiantes se le encuentra participando en la Asociación de Estudiantes Universitarios; en la asociación de Estudiantes El Derecho; ligado a la docencia en la Escuela de Periodismo. Desaparecido El Imparcial, siguió con su columna en el diario La Hora, sin darle tregua a su cuerpo de roble; cumpliendo aquella sentencia de que lo que se ha hecho en la víspera, podemos hacerlo hoy; y lo que se ha dejado de hacer se ha perdido para siempre. Por medio de ellos, entonces, cuando el Colegio decidió rendirles un homenaje, también era para los abogados escritores de ayer y de hoy. A esos colegas sencillos, quizá solitarios, que pasan a nuestro lado sin lucir oropeles de “éxitos tribunalicios”, pero sí con la prestancia de ser autores de la crónica literaria de este país: Iván Barrera Melgar, Amable Sánchez Torres, en la poesía; Wilfredo Valenzuela Oliva y Max Araujo, en el cuento; y tantos otros abogados que merecen este reconocimiento.
En resumen, no trato de explicar la compatibilidad de la literatura con otros quehaceres del hombre. A algunos les pasará la mini tragedia que le ocurrió al doctor Arévalo. Si a un escritor, además de esta vocación, se le dio por estudiar Derecho, eso no quita nada, aunque sí agrega bastante: tener, como se dice socarronamente, un ganapán para que la literatura pueda decirnos: “El tiempo que te quede libre si te es posible dedícalo a mí”. Al fin y al cabo, para que Platón tuviera tiempo para filosofar, instaló una venta de aceite; y gracias a las pingües ganancias que obtenía como comerciante, pudo construir su sistema filosófico. Cualquier trabajo que desempeñemos es la manera de ser útil en la vida. Dedicarse a una tarea artística es algo personal. Se escribe porque se siente, porque se necesita; porque hay un aleteo por dentro que necesita salir fuera. Escribir es una realización existencial. Estudiar teorías literarias, leer bastante, saber de los dictados o los impuestos de la Real Academia, pues, claro que ayuda; pero, no definen. Lo que en definitiva hace al escritor es un genio que está allí, aunque para dolor de cabeza de la Genética no se sepa de parte de quién. En literatura sí podemos decir que el hijo de tigre no nace pintado. Por eso afirma sarcásticamente Tito Monterroso:
“Digan lo que dijeren, el escritor nace, no se hace.
Puede ser que finalmente algunos nunca mueran; pero desde la antigüedad es raro encontrar alguno que no haya nacido”.