El 2008


El tiempo es implacable, ¿qué hace que éramos niños, nos hací­amos pipí­ en los pantalones, besábamos a nuestra primera novia y terminábamos la universidad? Eso, como dice la canción ?parece que fue ayer?. Pero no fue ayer, fue hace 40 o más años. El tiempo continúa con prisa, pertinaz y decidido a vencernos. Poco a poco llegamos al final y la muerte, como dicen las Escrituras, se aproxima como un ladrón en la noche.

Eduardo Blandón

Claro, es cierto que hace un par de dí­as estrenamos un nuevo año, pero eso no significa «borrón y cuenta nueva». No es que, como expresan los caricaturistas, nuestros corazones o nosotros mismos hayamos «renacido», que seamos pichones y, otra vez, niños de pecho (aunque siempre lo seamos los varones). No, debemos aceptar que aunque inicie un nuevo año, éste no es sino continuación del pasado.

Desafortunadamente tenemos que cargar con las estupideces de ayer y aceptar de buena forma que las consecuencias de nuestros malos actos nos perseguirán hasta la tumba. Es una desgracia de proporciones universales. Un favor nos habrí­a hecho Dios si sólo nuestras buenas acciones tuvieran resonancias cósmicas, pero, ya sabemos que no ha querido bendecirnos de esa manera. Así­, estrenar un nuevo año no es sino, a veces, autoengañarnos, creer que por arte de magia, ahora todo empieza de cero.

Es una buena ilusión creer en eso de «renacer». Quizá por eso los católicos se ilusionaban en el pasado con eso de la «indulgencia plenaria». Los católicos creí­an (porque ahora nadie sabe de esas cosas) que «ganar indulgencia plenaria» significaba que Dios borraba «absolutamente» todos los pecados. «Usted estará en condición parecida a la de un recién nacido», me explicó un dí­a un sacerdote, a propósito de la llegada de Juan Pablo II a Nicaragua y la indulgencia concedida por la Iglesia si uno se atreví­a ir a la Plaza 19 de Julio en medio de los sandinistas.

Pues bien, quizá era posible que Dios hiciera semejante cosa (caben esas y otras ideas si uno está infectado por la fe), pero no significa que las personas no arrastren tras de sí­ tanta inequidad «lo digo en esos términos de religión». Que Dios perdone y hasta se olvide de nuestros «pecados», como dice el salmista, no significa que no se tenga que cargar con tantas estupideces vitales, con tantos atentados realizados contra otros y nosotros mismos.

Así­, como queda evidenciado, aunque transcurra el tiempo y estrenemos un nuevo año, seguimos estando atrapados por el pasado. De modo que el poeta tení­a razón con eso de «todo pasa y todo queda». Es cierto. Hay una maldita dialéctica que no nos permite vivir el presente y escaparnos impunemente hacia el futuro. Somos ví­ctimas del tiempo y la memoria que nos reprocha y nos castiga sin piedad hasta el dí­a en que, o nos volvamos locos y quizá salgamos de esa dimensión perversa, o venga el dí­a de nuestra muerte.

El autoengaño, de todas formas, no siempre es mala idea. Celebremos todos el nacimiento de un nuevo año, una nueva era y la génesis de tiempos mejores. Brindemos y seamos felices. Ignoremos tanto pesimismo.