Ekeko, el dios de la abundancia, sigue haciendo soñar a los bolivianos


Una mujer aymara vende

En los Andes bolivianos decenas de miles de indí­genas aymaras llegan hasta la Feria de Alasitas, el mercado de miniaturas de La Paz donde por algunos pesos se compran los modelos reducidos de los bienes materiales que se desean, antes de rezar al dios Ekeko para que éste se los conceda.


Ekeko («enano» en aymara) -que se emparenta con Ganesh, el dios elefante de la India- es simbolizado por un pequeño personaje de yeso vestido con un poncho y portando a sus espaldas una cantidad increí­ble de productos de primera necesidad, simbolizando así­ la abundancia.

Una multitud de bolivianos, en la mayorí­a humildes, llega hasta la Feria de Alasitas, donde artesanos en centenares de pequeños puestos diseñan todo tipo de productos reducidos, incluyendo valijas con billetes, también en escala reducida.

Sin embargo, signo de los tiempos y de la tasa de cambio, el dólar ya no es atractivo y en su lugar más vale la maleta de euros. «Este año el euro se vende bien puesto que el dólar ha bajado en todas partes en América Latina», explica la vendedora Luisa Román.

Ella propone también diplomas de tamaño reducido de la Universidad de San Andrés. El estudiante o su mamá pueden comprar el sueño del futuro diploma en economí­a, electrónica, informática, odontologí­a o panaderí­a… todo muy preciso para que el Ekeko no vaya a equivocarse.

Del lado militar, por siete bolivianos (un dólar) se encuentran soldados de plomo para los niños atraí­dos por la carrera de armas, al igual que mini-gorros de oficiales o certificados de teniente coronel o almirante. «Son los niños que quieren ser soldados nuestros mejores clientes», explica esta artesana que tiene su puesto desde hace más de 30 años.

Otros lugares proponen objetos de uso diario para los campesinos de los Andes, que representan más de la mitad de los 9 millones de habitantes de Bolivia. Acá son los ladrillos para construir una casa, palas, martillos, una sierra, una escalera o una carretilla. Para las mujeres, que vienen de sus tierras en el altiplano, las miniaturas más solicitadas siguen siendo la máquina de coser Singer, las planchas o los vestidos de princesa.

Con 63 años, Maritza Alanes, una aymara, cuenta que su familia abrió su puesto de venta en 1926. El éxito es fulgurante. Sus pequeñas muñecas son la alegrí­a y la esperanza de las campesinas que desean un niño. Hija de minero, Maritza vende también una rareza: el «Satuco», un minúsculo diablo de un rojo vivo que se supone protege a los obreros en el fondo de los socavones.

El Ekeko viene de lejos y su evolución ilustra bien la historia de los Andes. Al comienzo dios precolombino de la fertilidad, Ekeko fue representado desnudo bajo rasgos indí­genas.

En el siglo XVIII, durante la Colonia y por decisión de las autoridades, su rostro se convirtió en el de un mestizo español mientras que la todopoderosa Iglesia Católica asoció a la Virgen de La Paz a las celebraciones en torno al Ekeko.

Hoy en dí­a el siempre popular Ekeko, más blanco, porta un bigote y más frecuentemente un sombrero de fieltro que el «lluchu», tradicional gorro andino.

Pero la magia persiste. El Ekeko se ha adaptado y parece un representante de comercio: el pequeño dios de la abundancia lleva todaví­a hoy en dí­a las valijas miniatura llenas de euros y dólares, pasaportes y tarjetas de crédito, y se dobla por el peso de las cocinas a gas y las 4×4 rutilantes en hierro blanco.

Pero sean cuales sean los deseos -útiles, tradicionales o modernos- el comprador de miniaturas deberá pasar por el rito de una especie de chamán que le llenará de incienso a fin de que la magia opere y los sueños se conviertan en realidad.