El Ejército tailandés y los «camisas rojas», manifestantes que exigen la dimisión del primer ministro, moderaron sus discursos en un aparente intento de buscar una salida a la crisis, un día después de ataques con granada que dejaron un muerto y 85 heridos en Bangkok.
Una calma quebradiza se observaba en la entrada de Silom, el barrio financiero de Bangkok donde el jueves por la noche fueron lanzadas cinco granadas M79 tras una nueva refriega entre dos grupos de manifestantes, los partidarios del Gobierno y los antigubernamentales.
Todos parecían decididos a evitar lo que todo el mundo teme: una nueva escalada de violencia que sería desastrosa para la imagen exterior del país y para el equilibrio de una sociedad extremadamente frágil.
Los «camisas rojas», que pedían hasta ahora la dimisión inmediata del gobierno de Abhisit Vejjajiva, aceptaron por primera vez debatir sobre un término medio.
«Si el gobierno anuncia una disolución de la Cámara baja en los próximos treinta días, podremos negociar», afirmó Veera Musikapong, presidente del Frente Unido para la democracia contra la dictadura. «Después de la disolución, el Gobierno dispondrá de 60 días suplementarios para preparar las elecciones, o sea 90 días en total».
Abhisit siempre se negó a hablar de su posible partida antes del final del año, pero es la primera vez desde hace semanas que los «camisas rojas» dan un paso hacia la negociación.
El jefe del Ejército, Anupong Paojinda, reiteró por su lado que se opone a sofocar el movimiento mediante la fuerza, según un portavoz militar.
El general declaró que «el uso de la fuerza no pondría fin a los problemas actuales y que habría muchas repercusiones (…) El trabajo del ejército ahora es cuidar al pueblo y no autorizar a los tailandeses atacarse los unos a los otros».
El jueves ya había declarado a la AFP que quería resolver la crisis sin baño de sangre.
Pero sus palabras adquirieron más peso tras los ataques con granada que causaron un muerto y 85 heridos, cuatro de ellos de nacionalidad estadounidense, australiana, indonesia y -según las autoridades- japonesa.
Las explosiones se produjeron tras nuevas escaramuzas entre los «camisas rojas» y los «sin colores» que apoyan a Abhisit y están exasperados por las manifestaciones que empezaron a mediados de marzo. Unos 5.000 se reunieron cerca del palacio real el viernes por la tarde.
El poder afirma que las granadas fueron lanzadas desde la zona controlada por los «camisas rojas», atrincherados detrás de barricadas de neumáticos y de bambúes en una vasta zona del centro de la ciudad.
Pero los manifestantes lo niegan tajantemente. «Tengo pruebas de que lo que pasó la noche pasada es obra del Gobierno», afirmó Nattawut Saikuar, uno de los líderes de la oposición.
Las fuerzas del orden intentaron, en vano, negociar un repliegue de las barricadas.
El país teme un nuevo baño de sangre tras el intento frustrado de los militares, el 10 de abril, de desalojar a los «camisas rojas» de un barrio del casco antiguo. La operación dejó 25 muertos y más de 800 heridos.
La prensa local describía el viernes una sociedad enferma por sus divisiones entre las élites de Bangkok – palacio real, magistrados, jerarquía militar, hombres de negocios – y las masas rurales y urbanas marginales.