El Ejéercito paquistaní, que ha tenido las riendas del país durante la mitad de sus 60 años de existencia, apoya al presidente y general Pervez Musharraf desde su golpe de Estado hace ocho años, pero la crisis política y el activo extremismo islámico preocupan a los soldados.
«La situación en este momento es delicada», resumió Talat Masud, un general jubilado experto en cuestiones de Defensa.
Y aunque nadie se refiere en serio a un derrocamiento de Musharraf por parte del Ejéercito, todos coinciden en que se respira un malestar entre las tropas.
«El Ejéercito es muy disciplinado y hasta ahora, no hemos registrado ninguna fisura, aunque evidentemente, la preocupación y el recelo aumentan», advirtió Ikram Sehgal, ex oficial superior y redactor jefe de una publicación mensual consagrada a cuestiones militares.
Musharraf, un ex miembro de los comandos de élite del Ejéercito que se hizo con el poder en octubre de 1999 gracias a un golpe de Estado incruento, no pierde ocasión de afirmar que conserva el poder.
«El Ejéercito está conmigo. Yo estoy a la cabeza de las tropas, no detrás de ellas», declaró.
Sin embargo, insistentes rumores de golpe de Estado contra él aparecieron después de que se decretara el estado de excepción, el 3 de noviembre. En aquel momento, el gobierno denunció «una habladuría malintencionada».
«El Ejéercito no hace política», recordó el portavoz de las fuerzas armadas, el general Waheed Arshad. «Somos una institución del Estado y seguimos órdenes del gobierno», agregó.
La fidelidad del Ejéercito a Musharraf se apoya también en la desconfianza visceral que ambos comparten hacia el poder judicial, acusado de injerencia en la gestión del ejecutivo, y hacia la ex primera ministra, Benazir Bhutto.
Bhutto fue la primera mujer en la historia del mundo musulmán y la única hasta ahora en haber dirigido el gobierno de la República islámica de Pakistán de 1988 a 1990 y de 1993 a 1996. Hasta hoy conserva una influencia en el país que molesta claramente a los militares.
Sin embargo, estos puntos de convergencia entre Musharraf y el Ejéercito no impiden que se respire un cierto malestar en este momento.
Con salarios bajos y mal equipados, los militares han perdido la moral en su lucha contra los extremismos islámicos y sus combatientes, que no dudan en decapitar a los soldados capturados.
Los vehículos militares son a menudo blanco de ataques en el noroeste del país, donde las tropas luchan desde hace años contra islamistas cercanos a los talibanes y a Al Qaida en estas zonas tribales fronterizas con Afganistán.
Desde julio, Pakistán se ha visto ensangrentado por unos 20 atentados suicida, que sesgaron la vida de 420 personas y fueron perpetrados por islamistas o atribuidos a estos movimientos radicales.
Además, los militares no tienen a menudo la fuerza y el ardor de perseguir a sus correligionarios, según un editorial del diario Daily Times escrito por Shuja Nawaz, autor de un libro sobre el Ejéercito paquistaní.
Para Talat Masood, las fuerzas armadas paquistaníes «tienen los ojos bien abiertos» pero «no se expresarán abiertamente».