Ejemplos dignos de imitarse, que no debieran ser obligación


Dos noticias de í­ndole internacional y una nacional me llamaron la atención, la primera (Diario La Hora 14-12-06, página 27) cuando el primer ministro japonés anunció privarse de tres meses de salario (devenga aproximadamente $350 mil dólares al año) como auto castigo, tras haber reconocido que hubo personas que habí­an sido pagadas para hacer «buenas» preguntas en las reuniones locales en las que los ciudadanos pueden plantear lo que deseen a sus dirigentes polí­ticos. La segunda, (Prensa Libre, 21-12-06, página 48) porque el presidente í“scar Arias de Costa Rica, renunciará a partir del mes de enero próximo a la totalidad de su salario para donarlo a personas necesitadas y la tercera, la que escuché a través del Patrullaje Informativo de Emisoras Unidas, porque algunos diputados utilizaron su aguinaldo para comprar juguetes y artí­culos de primera necesidad para niños desamparados.

Francisco Cáceres Barrios

Las tres noticias me parecen lindos e imitables gestos sin embargo, no creo que eso mismo debiéramos exigirle a los demás porque soy del criterio que el cumplimiento de la ley no debe tener excepciones y que si algún funcionario o empleado público no cumple con sus deberes habrá que deducirle las responsabilidades del caso. No hay razón para que sus remuneraciones no sean conocidas por todos y no estar ligadas estrictamente a sus deberes, como que dado el caso exhibiera incumplimiento, sea objeto de merma o restricción si fuera necesario.

El funcionario público o representante del pueblo debe ser adecuadamente remunerado, por cuanto eso sirve de estí­mulo, motivación o de acicate para que gente honesta, preparada y con experiencia participe en polí­tica. A manera de ejemplo, si un abogado abandona su bufete para prestar sus servicios a la comunidad debe haber una compensación justa y equitativa, pero eso mismo nunca debiera significar abusos o prebendas de cualquier especie, que es lo que ha venido ocurriendo en Guatemala desde que tengo uso de razón. Con esto más, que antes habí­a excepciones y ahora, esa es la regla.

La norma de todo funcionario y empleado público debe ser la entrega total al servicio de la sociedad a la que se debe y no como ha venido ocurriendo, que es la población la que tiene que rendirle pleitesí­a y darle las más expresivas gracias por lo que haya hecho en favor de ella, cuando, además de ser esa su sobrada obligación, en la mayorí­a de los casos están más que remunerados, percibiendo incentivos y ventajas que jamás soñaron tener, hasta el colmo de cobrar «comisiones» por obras asignadas. Lo anterior todo el pueblo lo debiera apreciar, entender y exigir por todos los medios a su alcance, si es que en verdad queremos mejorar nuestro paí­s y depurar la administración pública.