Humberto González Juárez, José Torón Barrios, Julio César de la Roca, Enrique Salazar Solórzano, Mario Ribas Montes, Jorge Carpio Nicolle, Luis Díaz Pérez, Mario Monterroso Armas, Isidoro Zarco Alfasa, Werner Trejo, Humberto González Gamarra, Julio Roberto Pensamiento, Carlos Humberto Oliveros, Manuel de Jesús Mendizábal, José Héctor Sosa Villeda, José León Castañeda, Carlos Enrique Ovalle, Manuel de Jesús Marroquín, Belte Villatoro, Marco Antonio Cacao, Samuel González Romero, Julio Solórzano Beltetón, Julio Cuyún Tecún, Luis Alberto Romero “Timoteo Curruchicheâ€, Gaspar Culam Batz, Irma Flaquer, Francico Par, Fernando Quiñónez, Jorge Marroquín Mejía, Edgar Castillo Rivera, Rodrigo Ramírez, Mario Solórzano Foppa, Alaide Foppa, Zonia Calderón de Martell, José Guillermo Oliva, Roberto Girón Lemus, Roberto Aldana Girón, Anson Ng Yong (corresponsal de France Press), Alberto Antoniotti Monge, Rafael Rodríguez Zea, Mynor Alegría, Mario Monterroso Armas, Víctor Hugo López Escobar y más, más, más, muchos más…
Sus figuras de antes son una montaña del periodismo que se abre en un libro de respeto y excelencia para seguir al lado del volcán de Agua y el de Fuego.
Posiblemente para muchos, estos pocos nombres no signifiquen nada. No los conocen, particularmente los periodistas de la “nueva generaciónâ€, pero les diré, ellos tienen una cosa en común: Todos fueron asesinados, muchos de sus cuerpos jamás aparecieron y son solo una pequeña muestra de lo que el periodismo ha sufrido para que hoy con orgullo se pregone que tenemos libertad de expresión para decir (ellos y ellas), lo que quieran, para algunos denigrar si es preciso, para otros ser ofensivos si así lo consideran conveniente. Lamentablemente, aún ahora, periodistas jóvenes de la provincia quedan muertos a la vera del camino, pero jamás jamás podrá ser con la saña y la impunidad de antes, cuando la judicial, los grupos paramilitares, los del comando seis, a plena luz del día, ante miradas asombradas mataban o secuestraban. No. Ninguno de esos crímenes se resolvieron y jamás se resolverán.
Los culpables que con casi regocijo terminaron con ellos, nunca serán juzgados pese a que los periodistas muertos en esa etapa de insurgencia y contrainsurgencia la mayoría era de una u otra manera ejemplos verdaderos de lo que dignifica al periodismo.
Hoy, veo que esa libertad y/o libertinaje que existe en la actualidad, está edificada sobre más de 100 cadáveres que son símbolo y estandarte y dan vida al periodismo nacional, con más vida que la vida misma y más allá de cualquier muerte.
Pero no todos fueron asesinados. Otros tuvieron más suerte pues solo sufrieron atentados y hoy están lisiados, otros se quedaron en el exilio para siempre porque allí encontraron la paz y la tortilla. Otro, como un patojo pendejo que conozco, sufrió dos atentados y al segundo le dieron, ahora está lisiado. Antes había huido dos veces a Honduras y una a El Salvador, había estado detenido también en la tenebrosa Policía judicial pero aún vive, primero, dicen, por la Gracia de Dios y segundo por la sombra protectora de los que cayeron antes, pues cuando buscó refugio en su entidad gremial a través de su “amigo†presidente de la misma y le llevó un fajo de amenazas de los grupos clandestinos, recibió como respuesta: “cuidate vos, cuidateâ€.
En la actualidad la libertad que antes la restringía el miedo ahora abunda y por eso vemos a nacionales, extranjeros, jóvenes, viejos, hacer de las palabras las armas que antes usaron los sicarios. No son todos, solo algunos, porque reiteradamente, casi insolentemente, no aprendemos del pasado, ni mejoramos nuestro futuro o el presente.
Al acercarse el “Día del Periodistaâ€, mi recuerdo cariñoso e imborrable a todos estos HOMBRES Y MUJERES PERIODISTAS, que merecen el homenaje de los guatemaltecos con verdadera veneración y respeto. Para muchos de ustedes viejos amigos que la crónica y la columna la escriban desde el más allá, con el mismo respeto, pero con la valentía que siempre tuvieron. Descansen en Paz.
NOTA PERSONAL. El 14 de noviembre, a las 9, con ese friíto soleado de Xelajú cerró para siempre sus ojos mi hermano Roberto. No conquistó títulos, ni obtuvo dinero. No sobresalió en actividades. No frecuentó “círculos socialesâ€, o reuniones cotidianas de relumbrón, pero tuvo el maravilloso don que tanta falta le hace a Guatemala: Tuvo un corazón generoso, una bondad incomparable, una sonrisa que traspasaba fronteras y una mano que siempre fue para abrazar. Se fue mi hermano. Adiós, Roberto, te extrañamos.