Egidio Lí­quez


Juan B. Juárez*

A principios de 2007, en el marco de una muestra colectiva de pintura y escultura, Egidio Lí­quez expuso en el IGA una pieza titulada «La oveja negra», que consistí­a básicamente en una estructura de metal cubierta de alambres retorcidos y que representaba al célebre animal de las fábulas en posición de saltar, tal como suelen evocarla los insomnes que no quieren recurrir a la fácil solución que proveen las farmacias. La escultura fue colocada, con muy buen criterio, en el vértice de una pequeña sala pintada totalmente de blanco, a la luz de dos potentes lámparas que la atravesaban de lado a lado y proyectaban sobre los muros del saloncito las sombras grotescas y temibles que se desprendí­an de la inocente bestia metálica. Gracias a ese afortunado montaje, la lectura de la pieza ya no se limitó al inusual encuentro de una singular excepcionalidad sino que también se detuvo en el terror que tales excepcionalidades despiertan en los temerosos miembros del rebaño. De esa cuenta, me atrevo a afirmar que el verdadero tema de la obra, completada con sus sombras y sus oscuros ecos psicológicos ?y también la osadí­a del artista?era descubrir el origen del miedo y el terror en una natural disposición de las imaginaciones pusilánimes y mediocres a magnificar su propia inconsistencia frente a lo que simplemente rebasa sus rutinarias y limitadas experiencias. En este caso, la oveja negra de Lí­quez saltó las bardas de la fábula para dejar a los espectadores sufriendo sin sabios discursos intermediadores su propia y personal moraleja.

Quizás los riesgos de confrontación con el público que conlleva la posibilidad de comunicación sin atenuantes y de prescindir de los discursos intermediadores sea el principal obstáculo para la búsqueda de recursos escultóricos más significativamente más profundos y expresivamente más fuertes y la razón por la que muchos escultores se limiten al diseño y a la estilización de formas tridimensionales de suaves ritmos armoniosos, de estables y serenos equilibrios, de sobrios contenidos poéticos de curvas femeninas y promisorias plenitudes maternales, ingrávidas a fuerza de oquedades significativas, livianas e insustanciales en virtud de su convencionalismo formal, que encarnan los valores ideales de una sociedad acostumbrada a evadir la realidad y a disimular los conflictos que crispan las relaciones familiares y sociales. Egidio Lí­quez (Guatemala, 1968), escultor y estudiante de arquitectura, sabe muy bien de las preferencias e inclinaciones de esos pocos espectadores sensibles y delicados que no quieren arriesgar su conservador y bien cimentado «buen gusto» con piezas emotiva y formalmente más audaces aunque sin duda más perturbadoras. De esa cuenta, las esculturas tradicionales de Lí­quez empiezan a cobrar notoriedad y valor en subastas y exposiciones de beneficencia.

Sin embargo, a partir de «La oveja negra» ha empezado a desarrollar un tipo de escultura de fuerte expresividad y profundo significado, muy alejado de la pureza formalista que hasta la fecha ha caracterizado a su trabajo creativo. La pieza «Gigante entre tontos» va por la misma lí­nea irónica y metafórica: se trata de un personaje que sólo es descomunal desde la perspectiva mezquina de los seres insignificantes que lo rodean. Es el tema del falso lí­der magnificado por la impotencia de sus interesados y temerosos seguidores, todo ello en consonancia con la temporada electoral que recién vivimos.

«La maquina del tiempo» rebasa las intenciones irónicas, metafóricas y crí­ticas de las otras piezas descritas y se fundamenta más bien en un concepto metafí­sico del ser humano. La escultura muestra un rostro extremadamente realista con un carrete de proyector de pelí­culas incrustado en medio del cráneo. Un fragmento del filme ?evidentemente roto?desprendido del carrete, cae inerte sobre la nuca del personaje. Ciertamente podrí­a ser una metáfora del fin de la historia, de la cercenación de la consciencia, de la pérdida de la identidad o de la disolución del sentido de la vida. Me inclino a ver en esa pieza una especie de visualización ?intuición? posmoderna de la condición humana: crisis, falta de fe, desconcierto, impotencia, anulación de la dimensión histórica de la existencia, en fin, de paralización de la inteligencia, de la imaginación y de la capacidad de proyectar mundos mejores.