Efraí­n Recinos


Dicen que la primera impresión cuenta. Y realmente me impactó. Se erguí­a en lo alto del final de la zona 1, imponente, diferente, azul.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

No era él, aunque en cierta forma sí­. El teatro, el monumental Teatro Nacional Miguel íngel Asturias, fue mi primer encuentro con el maestro Efraí­n Recinos, y luego, esos pliegues del techo del Teatro de Cámara, las  terrazas de granito, las lí­neas de colores como mapa peatonal y ese túnel de entrada a Radio Faro, fueron un anticipo de sus ideas, sus conversaciones, sus sueños.

Las pinturas del Conservatorio y la Biblioteca Nacional, aquel gran cuadro en Xela, la mujer leyendo en azul de Carolina y un hombre barbudo en un balcón en cada obra me ayudaron a dibujar en mi imaginario a ese Maestro al que aún no habí­a podido estrecharle la mano.

Fue un 28 de diciembre cuando, luego de atravesar un espacio de escalí­metros y papeles, me acerqué a él temblorosa, dudosa de las preguntas que habí­a esbozado para poder entrevistarlo y feliz, con una alegrí­a que no podí­a explicarme.

Luego de 45 minutos de plática introductoria me invitó a caminar por el teatro. Empezando por la gran sala, recorriendo los patios, el Teatro al Aire Libre hasta llegar a la terraza, la misma en la que más adelante, en junio, para las fiestas del Teatro, nos esperaba con otros poetas con un litro de vino en caja para relajarnos antes de las lecturas.

Y así­, caminando, me habló  de sus viajes, de su infancia, atí­pica pero increí­ble, sus lecturas del Quijote antes de los 12 años, sus dibujos, sus sueños plasmados en papel, sus exposiciones, la marimba, la cual ejecuta muy bien por cierto, sus esculturas, su gusto por un tamal bien caliente en un balcón del Teatro para recibir un Año Nuevo, sus cuentos, esos que aún se hornean.

 Luego tuvimos otros encuentros: Ferias del Libro, una fiesta chilena, la casa del Té, en el Zoológico, un par de cenas y el cuadro de la mamá de Andrés.

Pasaron los meses, los años quizá, y no coincidimos más hasta hace unos dí­as que lo llevé a la grabación de un spot, cuando su carisma, sus recuerdos trasladados en anécdotas, su sencillez y su ingenio me hicieron sentir de nuevo esa alegrí­a antes inexplicable, ahora  comprendida. Y es que es maravilloso que existan personas como él, e increí­ble poder conocerlas. Gracias Maestro por su obra, por sus ideas, por sus sueños, su calidez, gracias por Usted.