El cristal, droga euforizante muy adictiva y barata, se propaga a una velocidad nunca vista entre la juventud de Ciudad del Cabo, donde causa daños irreparables a miles de adultos muy jóvenes.
«Estoy desesperado. Vivimos un infierno». Agotado, este padre de familia de la periferia de Ciudad del Cabo intenta contener las lágrimas. Declina dar su nombre por temor a sufrir represalias de los vendedores de anfetaminas, un negocio próspero en el barrio de clase media de Kraaifontein.
Ha visto a su hijo de 19 años, hasta hace poco deportista y buen alumno, transformarse en espacio de dos años en un drogadicto violento y ladrón.
«La vida con él se ha vuelto insoportable», dice su padre, de 46 años, que ha conseguido instalar a su familia en este barrio a base de trabajar duro como chofer.
«Nos ha robado calzado, ropa, teléfonos celulares y aparatos fotográficos. Se ha llevado carne y paquetes de café». Sin contar el costo de las curas de desintoxicación, que han fracasado todas.
El cristal, o Tik en la jerga de El Cabo, ha golpeado en la capital parlamentaria surafricana (suroeste) con mayor dureza que en el resto del país, subraya Grant Jardine, director del Centro de Consejo local para toxicómanos.
«Nunca se ha registrado, en ninguna otra parte del mundo, un auge tan importantes del consumo de una droga en tan poco tiempo», afirma. La metanfetamina «arrasa comunidades enteras en Ciudad del Cabo».
El precio relativamente abordable de esta droga la hace atractiva para numerosos jóvenes que buscan sensaciones prohibidas. En Sudáfrica, donde la fuman en bombillas eléctricas, una pajita de plástico llena de cristales se vende por 15 a 30 rands (dos a cuatro dólares).
Según el Consejo de Estudios Médicos surafricano (MRC), un 46% de personas admitidas en cura de desintoxicación en Ciudad del Cabo de enero a junio de 2006 estaban enganchados a la metanfetamina, en lugar de un 0,7% cuatro años antes.
El Tik se extiende entre la gente joven: de 22 años de promedio, cada vez más jóvenes y en un 73% de sexo masculino. La aplastante mayoría (91%) son mestizos y viven en los barrios difíciles de Ciudad del Cabo, donde reinan las bandas.
La metanfetamina, que se presenta, pura, en forma de cristales incoloros («crystals» en inglés), es un potente psico-estimulante que reduce la sensación de cansancio y aumenta la euforia.
Conocida ahora como «speed», «met» o «tiza», «hielo», «cristal» o «vidrio», la droga se administraba a los soldados del Eje durante la Segunda Guerra Mundial y hoy en día la toman camioneros.
El Tik es muy adictivo, causa insomnios y ataques de angustia, hasta el delirio paranoico. Uno de cada diez consumidores se vuelve dependiente.
«El drama mayor», señala Grant Jardine, «es la destrucción del potencial de estos jóvenes. Les faltarán para siempre etapas fundamentales del desarrollo emocional y sicológico».
«La mayor parte de los adictos al Tik recurren al crimen y la prostitución», señala. «Sin tener un trabajo, se gastan una media de 3.000 rands al mes en metanfetamina».
Por la euforia que da, el Tik favorece además los comportamientos sexuales arriesgados, en un país que tiene 5,5 millones de personas infectadas por el virus del sida, de una población total de 46 millones.
La policía se ve impotente frente a las redes sólidamente organizadas, que tienen «sus propios médicos, abogados y cámaras de vigilancia para proteger sus depósitos», destaca Grant Jardine.
A veces es la gente la que se rebela. Recientemente, en el barrio de Ocean View, los Rastas declararon la guerra a los traficantes y afirmaban que no iban a tolerar más «la enfermedad del Tik que devora a nuestras comunidades».