Efecto diésel


Uno de los derivados del petróleo llegó para quedarse. El humo que gana libremente el parque vehicular causa efecto dañino sobremanera. Sobre todo las unidades del transporte colectivo, cuyos motores desafinados semejan chimeneas rodantes. Tal problemática no tiene indicios siquiera de solución alguna.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

Concierne en primer término a los humanos, sea su condición que sea, este caso, verdadera rémora respecto a la salud, el don más preciado existente. Respirar, quiérase o no, tremenda intoxicación permanente significa un peligro crí­tico. Debido a las nubes contaminantes vivimos en la antesala de la muerte.

La sumatoria de esos gases que dominaron el aire, en forma por demás insoportable hace el caso merecedor de la atención debida. Nada ni nadie detiene aquel efecto vencedor por todo el entorno capitalino. Hasta el más apartado rincón resulta infestado, gracias al crecimiento desaforado del parque vehicular.

Autoridades van y vienen con su carga cuantiosa de ofrecimientos que al final quedan ubicados en el mismo sitio. Por cuanto se hacen los desentendidos en la aplicación de leyes y reglamentos que deben controlar ese azote adicional. Hoy en dí­a aparecen nuevos tropiezos y molestias sobre los habitantes.

De vez en cuando reviven el imaginario atinente al llevado y traí­do control de emanaciones tóxicas de los incontables vehí­culos automotores. Unos dí­as y a-caso semanas enteras constituye el tema del momento. Por que el resto, borró y cuenta nueva, concluye donde está. Igual sigue en el olvido mayor.

El efecto diésel no hace excepciones y por el contrario afila sus navajas con vigor. Los inmuebles por parejo soportan dí­a y noche dicha contaminación que da cuenta del ornato y mantenimiento correspondiente. La pintura que los propietarios se esmeran a fin de ofrecer una buen imagen se va pronto.

Es un monstruo del averno el aludido y nunca terminado humo diésel, capaz de hacer añicos también el mobiliario como restantes aparatos electrodomésticos del hogar. Los daños ocasionados pronto salen a luz, a tiempo de constatar el deterioro consiguiente, atribuido al indeseable humo en forma de chorros inmundos.

A quién reclamar, si alguien sabe que lo diga, sin embargo, que no calle para siempre. Ya es hora, entre tantas perdidas de tiempos a hallar la solución, antes que sea demasiado tarde. La propiedad privada exija sea respetada, máxime ahora que abundan las acciones destructoras en mano de la delincuencia.

Imposible quede en el tintero adicional deterioro ostensible generado por el impactante humo diésel a los inmuebles en general. Tanto o más dañino y causa de aflicción de sus propietarios. El escandaloso tráfico representa más deterioro al viajar los vehí­culos a toda velocidad, cuyas vibraciones afectan las viviendas.

Tampoco echemos en saco roto el daño ocasionado a los demás seres vivos por obra y gracia del fatí­dico humo diésel. Pájaros, mamí­feros, etcétera son dañados a ojos vista, sin embargo, ante la indiferencia de las autoridades. Peor aun, el crecimiento citadino ofrece infinidad de ocasiones a este efecto devastador.

Vemos el caso inclusive de árboles, alamedas y obras de jardinerí­a en los ambientes citadinos afectados hasta la saciedad por el humo diésel. El. Caracterí­stico color oscuro de este derivado del petróleo deja su marca ingrata sobre tronco, ramas y hojas o flores en proceso de aniquilamiento y languidez.