El gringo que mejor definió el carácter o la naturaleza de los gobernantes norteamericanos fue el secretario de Estado John Foster Dulles del presidente Dwight Eisenhower, cuando sentenció categóricamente que «Estados Unidos no tiene amigos; sólo tiene intereses
Y es verdad. Si no, tomen en cuenta un ejemplo que está a la vista de todos, puesto que el régimen guatemalteco del presidente í“scar Berger se pone de alfombra frente a cualquier parpadeo de Washington, ante la apatía del canciller Gert Rosenthal, quien desconsoladamente está terminando su extensa y brillante carrera de funcionario internacional, cual oficioso relacionista público del imperio.
¡Qué macilento colofón de un ilustre intelectual que con anterioridad siempre demostró claras muestras de dignidad!
Mientras el gobierno de Guatemala procede con docilidad ante Washington, las autoridades migratorias estadounidenses arrestaron a 536 guatemaltecos, para enviarlos esposados de retorno a nuestro país, sumándose a los 1,500 compatriotas que son deportados mensualmente de esa nación de inmigrantes.
Al respecto, es propicio subrayar que soldados y civiles de esa colonia y después república cometieron constantes crímenes de genocidio, sin que haya existido un juez Baltasar Garzón o alguna organización mundial que protegiera los derechos humanos de los millones de indios exterminados y masacrados impunemente por los anglosajones provenientes de Europa.
La mayoría de los guatemaltecos que partieron legal o indocumentadamente a Estados Unidos, lo hicieron para mejorar sus condiciones de vida o huyendo de la persecución que fueron víctimas de los gobiernos represivos comandados por generalotes sin conciencia; pero quizá menos sanguinarios que los ascendientes del presidente George W. Bush y sus colaboradores nazifascistas.
Como lo indica el analista Luis ílvarez, en reciente artículo de la página digital del diario angelino La Opinión, qué les importa a las autoridades del régimen del detestado hombre que rige los destinos de ese país, que muchos de los guatemaltecos que ahora son perseguidos, acosados, humillados y expulsados del «paraíso americano» hayan arribado a Estados Unidos como producto humano de una guerra interna que explotó cuando la Casa Blanca, por medio de la CIA, propició la caída del gobierno democrático y capitalista burgués del presidente Jacobo Arbenz.
Por su lado, los sucesivos gobernantes guatemaltecos, desde 1954 hasta la fecha, casi todos de corte militar, han contado con la bendición de Washington para reprimir y aplastar a una población empobrecida sumida en el olvido, la marginación y la ignorancia.
El gobierno del presidente Berger no ha sido la excepción, como he apuntado al inicio de estas notas; pero ni su descarado sometimiento a cualquier sugerencia, recomendación o exigencia de Estados Unidos le ha granjeado alguna simpatía de parte del señor Bush, muchos menos un gesto de amistosa reciprocidad, de tal manera que en tanto los regímenes de Honduras y El Salvador han logrado una gota de gratitud de los norteamericanos en materia migratoria, el gobierno de Guatemala ha sido despreciado y únicamente utilizado cuando conviene a los intereses de la patria de John Foster Dulles, hermano del que fuera mayor accionista de la United Fruit Company, jefe de la CIA y padre putativo de los mercenarios del mal llamado ejército de liberación (con minúsculas), que encontraron el apoyo de los traidores militares que fueron desleales al régimen legalmente constituido.
De manera, pues, que no le pidamos ni esperemos, señor Rosenthal, una lágrima de misericordia a un gobierno que permanentemente nos ha subyugado y despreciado.