Educación cí­vica y virtud cí­vica


Raúl Hernández Chacón

Recientemente se oficializaron los Lunes Cí­vicos como parte integral de la educación guatemalteca, actividad que fue motivo de publicaciones escritas con puntos de vista diversos, como debe ser en un paí­s que se afana por vivir la democracia. En ese contexto, los Lunes Cí­vicos están considerados como la culminación de un proceso pedagógico, con un tema central para la reflexión durante la semana, que culmina con un acto cí­vico propiamente dicho, con un protocolo que incluye el reconocimiento de los sí­mbolos patrios. El eje central de esta actividad pedagógica es cierta temática previamente establecida por una comisión nacional, con la apertura necesaria para la creatividad de los profesores y de la comisión escolar integrada por padres de familia, alumnos, profesores y autoridades. La agenda cí­vica es el material didáctico de soporte.


Es indudable reconocer que la experiencia del hacer educativo indica que cuando se insiste en una cuestión, sobretodo en la niñez, la mente y el corazón están abiertos y se asume en el conciente y en el subconsciente ciertas ideas, conocimientos y actitudes que se profundizan y forman parte de la vida misma de la persona. Se espera positivamente que estas acciones repetitivas formen el carácter de la personalidad, contribuyan al control del temperamento de la persona y definan ciertas caracterí­sticas de la persona, la identifican. Ello significa que las actitudes y el comportamiento de la persona adulta están en relación directa con la formación que ha recibido de los adultos en sus años de escolaridad.

De esta manera, lo cí­vico, se constituye en una actitud, en una virtud. En consulta con algunos autores, y salvando las distancias de tiempo y geográficas, Federico Climent Terrer, en su obra «Educación Cí­vica», apunta que «la virtud cí­vica es la energí­a aní­mica indispensable para el cumplimiento de los deberes de ciudadaní­a».

Este autor relaciona la educación cí­vica con la religión, pero apunta que «el civismo puede ser independiente de la religión, por más que la religión profundamente sentida y sinceramente practicada, sirva de poderoso auxiliar al civismo y éste sin religión corra el riesgo de quedar suplantado por el egoí­smo. Por esto no decimos que ES, sino que PUEDE SER independiente de la religión, cuando el sentimiento del deber constituye de por sí­ la religión del honor.»

Es aquí­ donde trasciende la educación cí­vica, la virtud cí­vica y los Lunes Cí­vicos, porque el propósito va más allá del acto ceremonial, es que una actividad final de un proceso pedagógico de la semana. Constituye un vehí­culo, es un pretexto, para llevar de la mano, como toda educación, a los niños y a los jóvenes hacia nuevas actitudes, que se constituyen en virtudes cí­vicas.

En ese sentido, nuestro autor plantea que «conviene que el ciudadano tenga ante todo claro y exacto concepto de la causa, medios y fin de la sociedad humana. La causa está en la misma naturaleza que hizo del hombre un ser necesariamente sociable, que no puede vivir aislado. El fin está en el bien colectivo, que resulta del perfeccionamiento del individuo por la influencia de sus semejantes y su esfuerzo personal. Los medios son las leyes, estatutos y ordenanzas que con arreglo a justicia y por convenio tácito o explicito de la mayorí­a de los asociados les señala la lí­nea de conducta que han de seguir en sus mutuas relaciones.»

De lo anterior se deduce que la educación cí­vica, la actitud cí­vica, la virtud cí­vica es una experiencia vivencial que se forma, en el hogar, en la escuela, en la comunidad. Que no es sólo el «acto cí­vico de los lunes», aislado del contexto socioeconómico y cultural de la sociedad. Se trata de un proceso pedagógico que arranca de la familia, del hogar. Que se fortalece en la escuela, en el colegio. Que no sólo es una lista de contenidos a aprenderse de memoria, de fechas, nombres, lugares o personas. Es mucho más que eso.

Se trata de promover el amor a la patria, en nuestro caso a la patria centroamericana. Que amar a Guatemala y a Centroamérica es reconocer sus valores, su gente, su cultura.

Se trata de nadar contra la corriente del mundo de hoy, en el que sobresale el tener, el poder y el placer sin lí­mites. Se trata de buscar parámetros creí­bles en una sociedad corrupta y deshumanizada. Educar para la solidaridad, para la justicia y para la verdad, es en el fondo lo que busca la educación cí­vica. Por ello es que la virtud cí­vica se constituye en un gran desafí­o para el educador, para la escuela, para la sociedad, porque se trata de encontrar otras respuestas a los paradigmas cotidianos que llevan a la violencia, a la inseguridad, a la impunidad y a la injusticia. Educar en valores, respetar la vida, la integridad de la persona humana es el fin de la educación cí­vica. Es la concreción de las virtudes cí­vicas.