Modelador de formas rotundas, Eduardo Sac le da a la materia con que crea sus esculturas un ritmo grave y solemne, en concordancia perfecta con el lento transcurrir del tiempo interno y antiguo de Quetzaltenango. No importa que la melancólica Ciudad de los Altos se agite ahora con las urgencias del consumismo y del mercado global, los personajes de este escultor oculto en los inquietos laberintos de Xelajú tienden siempre a la quietud.


Diríase que el ritmo lento y la suave cadencia de círculos herméticos que caracterizan a sus obras más logradas son resultado de sus aspiraciones de intemporalidad y de sus visiones impregnadas de mística y poesía. Por eso le va bien la piedra y aquellas técnicas laboriosas de talla, modelado y fundido que la prisa de nuestra época ha vuelto hasta cierto punto impracticables. Por eso le fue bien en el II Simposio Internacional de Escultura realizado en Guatemala en 2010; y le está yendo bien en las esculturas que actualmente está realizando y que exhibirá en el Museo Carlos Mérida de Arte Moderno en febrero próximo.
La escultura es un arte de grandes afirmaciones espirituales que sólo desde una perspectiva escolar muy limitada tiene que ver con las masas y los volúmenes en el espacio. Su verdadera materia aparece cuando se la considera desde los grandes ciclos históricos que revelan la esencial relación que guarda con la presencia y la permanencia de los seres en el tiempo y los valores y fuerzas sobrenaturales que modelan al ser humano y a la sociedad. De allí su original finalidad conmemorativa y monumental, que son maneras de trascender lo inmediato y permanecer como presente más allá de los límites temporales de la historia y la cotidianidad.
De allí también que los problemas que plantean las técnicas y los materiales a los escultores en cada época histórica vayan en cada caso más allá de la contemporaneidad de los avances tecnológicos con las novedades y modas artísticas del momento. Los escultores saben intuitivamente que lo que verdaderamente está siempre en juego mientras le dan forma a sus materiales es algo más profundo, precisamente la concepción del ser y la trascendencia que cada cultura posee como signo distintivo.
El escultor Eduardo Sac no es ajeno a esos problemas que más que técnicos son filosóficos. No obstante su raíces quetzaltecas, su obra tiene sin embargo aspiraciones universales que se ponen de manifiesto no sólo en un estilo formal que busca lo esencial sino también en la pertinencia de una temática y unas intenciones críticas y estéticas que insertan su trabajo en su tiempo histórico a través de una técnica formativa que utiliza materiales sintéticos propios de la época postindustrial. En este punto cabe preguntar —y no precisamente al artista Eduardo Sac— cuál es la concepción del ser y la trascendencia propia de nuestra época tecnológica que se deja representar escultóricamente en esos nuevos y versátiles materiales.
Como ya dijimos, el escultor intuye y sabe de qué se trata, pero su respuesta no se articula en palabras sino en formas encarnadas en la materia. Por eso, lo primero que el espectador percibe en sus esculturas es el respeto profundo que Eduardo Sac tiene por su oficio y las formas escultóricas que, en medio del vértigo de la vida cotidiana, intuye como expresiones esenciales que definen a nuestra época y al mismo tiempo la trascienden. Nótese que sus esculturas son personajes extraídos del entorno de la cultura quetzalteca, pero que sometidos a un proceso de depuración formal su referencia puntual a esa realidad se desvanece y sólo queda la expresividad que define a la vendedora en su dignidad, al cargador en su esfuerzo, a la mujer en su desolación, al tallador embebido en su oficio y al violinista en su instrumento. Hay en ello una torsión que no es sólo formal sino también conceptual: es la materia, la forma, el personaje y su expresión que se vuelven sobre ellos mismos, como despojándose de lo circunstancial y cobrando consciencia de lo que esencialmente son y de su significado trascendente y eterno.