Eduardo Sac en el Museo Carlos Mérida de Arte Moderno


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El martes 5 a las 19:00 horas en el Museo Nacional de Arte Moderno Carlos Mérida se inaugurará el exposición “Fragmentos de un pueblo” del artista quetzalteco Eduardo Sac.

POR JUAN B. JUÁREZ

Se trata de una serie de esculturas realizadas en resina sintética inspirados en personajes de la vida cotidiana de Quetzaltenango, depuradas formalmente hasta los límites de su esencia figurativa, a través de la cual el escultor articula su reflexión sobre la actualidad local y la identidad en un lenguaje de pretensiones universales.  La exposición permanecerá abierta al público hasta el 3 de marzo.
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La presencia del escultor quetzalteco Eduardo Sac en el Museo Carlos Mérida de Arte Moderno es un logro muy significativo en la carrera de un artista que ha realizado la mayor parte de su obra apartado del dinámico ambiente artístico de exposiciones, galerías, eventos y publicaciones que se desarrolla principalmente en la ciudad capital de Guatemala.  También es un reconocimiento a la obra de un artista que ha sabido capturar, expresar y comunicar valores propios de la cultura guatemalteca en un lenguaje escultórico de pretensiones universales.  Así, esforzado logro personal y reconocimiento público del valor artístico de su trabajo, la exposición de un conjunto coherente de sus esculturas en el espacio significativo del Museo Nacional de Arte Moderno también abre para el gran público ese mundo tan cercano y tan lejano, tan propio y tan ajeno en que se sustenta cada una de sus obras.

Las características formales y semánticas de la obra de Eduardo Sac así como el lento proceso de su desarrollo y maduración están íntimamente relacionadas con el entorno sociocultural de Quetzaltenango y las tensiones, cambios y movimientos que marcan la historia local en las últimas décadas.  En ese sentido, no fue una deliberada decisión del artista realizar su trabajo alejado y al margen de las preocupaciones que agitan al ambiente cultural de la capital, sino más bien tal alejamiento es el resultado de la complejidad de situaciones vitales de todo orden que ofrece la sociedad quetzalteca, capaz de absorber la imaginación, la creatividad y el intelecto del artista en la riqueza y la intensidad inagotable de sus tradiciones y conflictos.  Y es que en el ámbito de la cultura nacional, la cultura local de Quetzaltenango tiene, por razones étnicas, sociales e históricas, un perfil propio muy acusado.

Una convivencia de siglos en relativa igualdad de indígenas mayas y ladinos, por ejemplo, se resuelve en Quetzaltenango en un conflicto tenso, ciego y sordo y tan permanentemente reprimido que ha creado en ambos grupos un tipo personalidad caracterizado por una tendencia a la introversión profunda que, temerosa de mostrarse y expresarse, sólo escapa de su ensimismamiento a través de los sueños y los juegos de imaginación y lenguaje; y que, en otro plano, marcada por una susceptibilidad muy frágil, dota a las obligadas relaciones interétnicas de una agresividad no siempre velada y de elevadas dosis de desconfianza y suspicacia. Dentro de esa atmósfera extremadamente cargada de antagonismos conviven cotidianamente la población maya y la población ladina de Quetzaltenango, sin que los siglos las hayan fundido y mucho menos confundido en una síntesis imposible.  Guardiana una del glorioso pasado precolombino y del prestigio de una identidad que se hizo fuerte y heroica en la resistencia histórica a la cultura de los conquistadores y los dominadores; representante del hombre nuevo la otra, resultado de la fusión de dos razas y síntesis de dos culturas, con una identidad que desprecia el pasado, se busca en el presente y se construye para el futuro, en el seno de la sociedad de Quetzaltenango ambas se excluyen una a la otra.

Formado como artista y como ser humano en el largo período del conflicto armado interno, Eduardo Sac aparentemente rompe con su obra el tradicional hermetismo expresivo propio de la tradición artística de Quetzaltenango.  En efecto, pese al relativo aislamiento en que realiza su trabajo, Sac ya no es enteramente el artista artesano que por la mera excelencia del oficio llega a expresar valores que confirman la tradición local sino que es el artista intelectual que ha cultivado su talento y su sensibilidad a la sombra de una amplia y profunda cultura humanista —de pedagogo— que, en este caso, le da a sus obras contenidos e intenciones críticos que rebasan las superficies pulidas y herméticas de sus esculturas.  Su lenguaje plástico escultórico es directo; sus formas sencillas y concretas están modeladas por la geometría y el pensamiento social al grado que se podría decir que está emparentado más con la abstracción de Mérida y la escultura de la época revolucionaria de Galeotti Torres que con la corriente poética y onírica (surrealista, como se acostumbra decir con escaso rigor crítico) que va desde Arturo Martínez, Efraín Recinos hasta Rolando Ixquiac Xicará que constituyen la vertiente más visible de la tradición moderna del arte nacional, especialmente de la lenta versión quetzalteca.

El tiempo en Quetzaltenango, en efecto, tiene otro ritmo y los acontecimientos, sobre todo los que implican cambios, sólo se digieren y asimilan después de un largo período en que la desconfianza los mantiene en reserva, bajo sospecha.  Hablamos obviamente del tiempo propio e interno de la cultura de Quetzaltenango, no del que impone desde afuera el consumismo de esta época global.  En ese contexto, el laborioso y demorado oficio de Eduardo Sac es su particular manera de asimilar lo que proviene de otras tradiciones artísticas y también, bajo la forma de lo “bien hecho”, una especie de atenuante del sentido de desafío a lo tradicional y hermético que de otra manera tendrían las libertades formales y los atrevimientos críticos que asume como escultor de su tiempo, de nuestro tiempo.

La distribución de las masas y los volúmenes en el espacio es el problema técnico que define a la escultura; la concepción del ser, su manifestación concreta y su permanencia en el tiempo es, en cambio, el problema religioso-filosófico de los escultores de cada cultura y de cada época histórica.  De allí el carácter  público, sagrado y conmemorativo que tiene la escultura como primer destino y como primera función social. Se trata de grandes y decisivas afirmaciones de cada cultura. La hermosa talla en mármol titulada Kowinem (fuerza o poder en idioma K´iche´) que realizó Eduardo Sac en el II Simposio Internacional de Escultura realizado en este Museo de Arte Moderno en 2010 responde plena y dignamente a esa concepción cultural de la escultura guatemalteca como manifestación pública del ser y la identidad en el espacio de la contemporaneidad.

Con un destino que no es la plaza pública, las esculturas que reúne esta exposición también son afirmaciones del ser y la identidad, o mejor dicho son indagaciones sobre el mismo tema pero ya no a la luz de lo que debe permanecer siempre como presente, sino a la luz del presente profano, cuyo brillo breve e intenso, hiriente o placentero, se desliza prontamente en el olvido empujado por la multitud de emociones que trae en cada momento el acto de vivir.  Más íntimas, son el intento de prolongar una armonía intensamente vivida, de rendirle homenaje y de rescatar aquellos afanes que le dan sentido a lo cotidiano.  Aquí, el lenguaje escultórico de Eduardo Sac, como lo demostraría un análisis de su génesis y desarrollo, no es el a priori estilístico de una dudosa modernidad sino el hallazgo formal de una expresión de sentido vital.  Nótese, por ejemplo, que son personajes extraídos de la vida cotidiana, pero que sometidos a un proceso de depuración formal su referencia puntual a esa realidad se desvanece y sólo queda la expresividad que define a la vendedora en su dignidad, al cargador en su esfuerzo, a la mujer en su desolación, al tallador embebido en su oficio y al violinista en su instrumento. 

Y precisamente lo que cubre y descubre el trabajo de Eduardo Sac, tanto en el plano de lo público y conmemorativo de la cultura y la identidad guatemalteca como en el de las reflexiones íntimas sobre la vida cotidiana, es lo que justifica la digna presencia de sus esculturas en el Museo Carlos Mérida de Arte Moderno.