Edí­n Morales: el oscuro objeto del deseo


Edí­n Morales (1962) es un pintor de grandes ambiciones y altos vuelos que lo han llevado desde su natal San Pedro Carchá, en Alta Verapaz, hasta Estrasburgo, en Francia, donde reside por temporadas. Su obra, bitácora de sus viajes y registro de sus descubrimientos, consecuentmente, no se detiene por mucho tiempo en un estilo o en un tema estable y definitivo, sino que más bien es la manifestación de una insaciable avidez por nuevas formas y colores para la cual no existen lí­mites ni horizontes a la vista y cuya única orientación es esa mirada instintiva que le descubre siempre otros oasis visuales que le funcionan como estaciones de descanso y recambio para su viaje interminable.


Es la mirada instintiva de un artista que considera al color y a la forma no como sustancias o elementos de un lenguaje visual-conceptual sino como objetos -o fines- de gozo y creación que proveen la posibilidad de una comunión más que de una comunicación. Y ese es precisamente el secreto del encanto de su pintura: la sensualidad exacerbada casi al punto de la voluptuosidad.

En efecto, en su obra diversa no importa el estilo de la figuración ni la profundidad significativa del tema aparente, sino esa especie de atmósfera sensual que, en el espejo de sus cuadros, elimina lo fí­sico corpóreo y retiene en su reflejo únicamente las sombras y las luminosidades de algo así­ como la esencia de un deseo siempre permanente; o mejor dicho, de la irresistible tendencia a abandonarse a ese deseo que desdeña el principio de realidad del que hablaba Freud.

El objeto de ese deseo, luminoso y oscuro al mismo tiempo, lo encarna en sus cuadros la figura femenina, que se ofrece en su recato con sus volúmenes modelados, más que por el sobrio ropaje, por una luz tenue y morosa que deja sobre una piel de tierra húmeda y fértil leves rastros de caricias, rí­tmicas en su vaivén acompasado, tierno y amoroso.

Prueba de que se trata de una proyección del deseo está el hecho de que se trata siempre de grupos de mujeres anónimas -sin rostro-, casi imperturbables en su presencia plena fundida por sus tonalidades tierra a un ámbito mí­stico que da a los paisajes de fondo (poblados simples y esquemáticos y suaves insinuaciones de montañas), un carácter de horizonte final que separa el acá del gozo y la sensualidad del más allá de lo desconocido y la muerte. Como bien saben los filósofos, la vecindad entre la avidez sensual y el deseo de muerte no es una paradoja sino más bien un fenómeno concomitante. Sin duda, de esos linderos fatales extrae Edí­n Morales la intensidad vital que transfiere a sus plácidas imágenes en las que se hace patente la necesidad del placer y la comunión.

Juan B. Juárez

Colaborador