Las agencias internacionales de noticias se convirtieron en cajas de resonancia de los grupos conservadores y medios de prensa neoliberales vinculados directa o indirectamente con el multimillonario ílvaro Noboa, de Ecuador, cuando previo a las elecciones de la segunda vuelta persistían en anunciar un empate técnico entre el hombre económicamente más poderoso de ese país, y el joven economista Rafael Correa, abanderado de las izquierdas y postulado por el movimiento Alianza País.
Persistentemente, las fuentes informativas, que han abandonado la ecuanimidad, insistían en asegurar que el propietario de grandes plantaciones de banano y candidato por tercera ocasión a la presidencia ecuatoriana, aventajaba por tres puntos porcentuales al ex ministro de Economía, a quien, también permanentemente, subrayaban que es «un declarado amigo del presidente venezolano Hugo Chávez», algo así como confidente del mismo Belcebú.
Para intentar ahondar las diferencias, el magnate Noboa, durante el desarrollo de su campaña, subrayaba su condición de ferviente religioso y con la Biblia en la diestra invocaba el nombre de Dios, pidiendo de rodillas el voto de sus conciudadanos.
Todo mueve a pensar que el Altísimo no atendió los hipócritas clamores del poderoso empresario ecuatoriano, porque apenas alcanzó el 42 % de los votos, contra cerca del 58 % que obtuvo el izquierdista Correa.
En su desmedido afán de ocupar el poder político, no satisfecho de contar con la mayor fortuna en su país, lograda en gran medida a base de la explotación salarial a los trabajadores en sus extensas plantaciones de banano, donde pequeños niños forman parte de la mano de obra, el multimillonario Noboa no reparó en gastos, para buscar el favor de los electores.
Durante los recorridos de su campaña electoral, Noboa se mostró dadivoso -pero no porque sea un filántropo ni cosa parecida- regalando sillas de ruedas, computadoras, ropa de vestir, uniformes deportivos, gorras, bolsas de alimentos y dinero en efectivo.
Bien podría haber vendido su alma al cachudo en su afán de ocupar la silla presidencial; pero la mayoría del pueblo ecuatoriano, es decir, los sectores mayoritarios que se debaten entre el analfabetismo, la pobreza, la desnutrición y el hambre, no se dejaron seducir por los sorpresivos gestos de falsa generosidad, y le dieron la espalda al hombre que, como muchos poderosos millonarios de Latinoamérica, están convencidos que con su dinero todo lo pueden comprar, hasta la conciencia y dignidad de los más desafortunados. Como se dice con alguna frecuencia de esta clase de individuos, son tan pobres que sólo pisto tienen.
Con la victoria electoral de Rafael Correa en Ecuador, que yo saludo con júbilo y esperanza, prosigue la modificación del mapa político de Latinoamérica, en cuya región han ascendido al poder diferentes grupos de la izquierda con sus diversas tonalidades, desde el radical Hugo Chávez, quien personalmente termina por ser antipático a causa de sus bravuconadas y promesas de alianzas con feroces dictadores islámicos, pero que está apasionadamente comprometido con los pobres, hasta la delicada pero firme conducción progresista de la presidenta chilena Michelle Bachelet.
Bolivia se encuentra bajo el mando del indígena Evo Morales, con un programa de trabajo que contempla la recuperación de sus recursos naturales; el presidente Ignácio Lula da Silva repite en Brasil, privilegiando a lo pobres, sin atacar al capital privado; el doctor Tabaré Vásquez dirige los destinos de Uruguay; Néstor Kirchner hace lo propio en Argentina, y Daniel Ortega ocupará por segunda ocasión la Presidencia de Nicaragua, con renovada y realista concepción política.
Hay, pues, gobiernos de izquierdas con sus especiales características, casi todos conviviendo con la economía de mercado, pero sin dejarse aherrojar por los poderosos, ni por las condiciones de las compañías internacionales ni los dictados de Washington.
La única frustración fue el fraude ocurrido en México, donde le birlaron la victoria a Andrés Manuel López Obrador.
Después de saludar con entusiasmo a los ecuatorianos por la lección de dignidad que le enrostraron al multimillonario Noboa, confío en que el presidente electo Rafael Correa sea capaz de conducir los destinos de su patria con honestidad, sabiduría, prudencia y humildad.
(Romualdo dice que es penoso que empleadas de las embajadas de Argentina y Uruguay no sepan los nombres de los presidentes de los países en cuyas misiones trabajan. En el primer caso, cuando le pidió a la señorita que respondió la llamada telefónica que deletreara el apellido del presidente Kirchner, para no meter la pata en este artículo, esa chica preguntó candorosamente ¿de dónde es presidente él?». Y, luego, en vez de decir que su nombre de pila es Néstor, dijo que se llamaba Ernesto. Algo similar ocurrió con la empleada que atendió el teléfono en la embajada de Uruguay. Se vio obligada a llamar internamente a otra oficina, para consultar con distinta persona el nombre del presidente Vásquez. Por supuesto que ellas no tienen la culpa, por eso se omiten sus nombres).