Confundí tu voz con los dulces murmullos del arroyo cristiano, cuando recién ha nacido allá en la montaña lejano e indómita…
Creí que tus ojos eran dos estrellas gemelas que, prendidas en el terciopelo oscuro del firmamento, parecían hacerme guiños desde el infinito…
Tomé tus cabellos por una cascada de pétalos de flor hermosa, la que caía directamente de las nubes, y la brisa agitaba tiernamente…
Pensé que tu piel estaba hecha de alas perfumadas de mariposa, a cuyo suave contacto la luz del Sol, el viento y el agua se estremecían de emoción..
Imaginé que eras un ángel, un sueño, una visión…
Eras tú, mujer virtuosa, y a tu vista mi alma se llenó de amor por tí, y de gratitud a Dios por la inspiración que tuvo al crearte.