Dos salmos penitenciales para tiempos de Cuaresma -II-


En la columna de este segundo sábado de cuaresma seguiremos analizando los salmos penitenciales para estos tiempos sacros. En tal sentido, nos interesa hacer un comentario de esta obra y del Dies Irae de J. Baptiste Lully, para ilustración de nuestros lectores, ya que nunca terminaremos de lamentarnos por la pérdida de la música en las catedrales católicas.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela

Como un homenaje del autor y del Diario La Hora al pueblo católico de Guatemala, ofrecemos estas anotaciones musicales para quien quiera escucharlos:

1. Comentario al Dies Irae de J. Baptiste Lully.

Pese a la labor que significaba la composición, puesta en escena y ensayos de los balletes y óperas, Lully siempre pudo dedicarse – el antiguo discí­pulo de los organistas parisinos Gigault, Métru y Roberday, después de 1660 -, a la música religiosa. Lully compuso nada menos que 23 motetes, entre ellos 11 para 2 coros, solistas, órgano y orquesta. El entonces rey de Francia, Luis XIV, el Rey Sol, mandó imprimir 6 de estos grandes motetes en el año 1684, con la finalidad de crear un repertorio para la capilla del palacio de Versalles; los restantes no se publicaron. En la colección real se encuentra también, sin fecha, la secuencia para la misa de difuntos.

Dies Irae. Lully transformó este célebre «planctus» (lamento) del medioevo en una serie de solos, conjuntos de solistas (petit choeurs) con acompañamiento de bajo cifrado en el órgano y coros (grand choeurs) con gran orquesta. Tras un reducido preludio sinfónico en la tonalidad principal de sol menor, el bajo inicia el tema del coral, que a tantos compositores ha inspirado (Mozart lo utilizó en su Réquiem y Berlioz en su Dies Irae, op.5). Sin embargo Lully lo expone únicamente como una cita, sin desarrollar el tema ampliamente. Después se unen los 2 coros expresando unánimemente su profundo temor («Quantus tremor»); en el «Tuba mirum» dominan pasajes que abarcan la totalidad de la escala. Llena de angustia la contralto canta el «Quid sum miser» antes de la exclamación de la muchedumbre («Rex Tremendae Mayestatis» en Si bemol mayor). Se destacan los piadosos rezos del bajo («Recordare», «oro suplex»), los tercetos en compás ternario («qui Mariam», «inter oves», «voca me»), la patética modulación en do menor del versí­culo «lacrymosa» y finalmente la intensa fe del preludio al «Pie Jesu» con coro doble al final de la obra el uní­sono con la orquesta y el órgano.

2. Comentario al Salmo 50: Miserere Mei, Deus de J. B. Lully

El Miserere compuesto en 1664 causó gran impresión a Luis XIV y a Madame de Sévigné. Ninguno de los versos del salmo 50 de penitencia se han omitido o cambiado en la composición. Una sinfoní­a de carácter grave en do menor introduce el primer versí­culo mediante un tema caracterí­stico que es recogido por el petit choeur. Después de un corto diálogo de los dos coros se unen todas las voces, para exponer el segundo versí­culo «Et secundum multitudinem», como un vigoroso ruego a la divina misericordia. A continuación la contralto canta el «Amplius lava me», petición ferviente que repite la mezzosoprano.

El bajo recita el «Quoniam iniquitatem», interrumpido por cortas exclamaciones de ambos coros, cuyo enlace, el «mea culpa», representa la contricción. Un corto ritornello separa el primer grupo de cuatro versos de los siguientes versos que siguen simétrica e ininterrumpidamente («Tibi solo peccavi»: cuarteto y grand choeur, «Ecce enim»: solo de soprano, «Ecce enim veritatem»: diálogo de ambos coros, «Asperges me»: un canto alterno de tenor y bajo con acompañamiento de los primeros violines). Una sinfoní­a suave, rí­tmicamente acentuada, en mayor constituye el preludio al verso «Auditui meo dabis gaudium», que es elaborado por dos sopranos. Ambas voces conducen en paralelas de terceras a un ambiente tranquilo y claro. Los restantes versos se suceden sin interrupción instrumental en numerosas y felices formas musicales. Ambos coros se reúnen en estos versos, sí­mbolo del pecado, de la sublevación y de los sacrificios expiatorios. A las distintas voces del petit choeur -solos, o contrapuntos a cuatro ó cinco voces-, pertenecen los versos en los que se expresan los sentimientos individuales y subjetivos del salmista, cuyo arrepentimiento se expí­a con el llanto.

Finalmente, merece especial atención la hermosa intervención de la mezzosoprano que expresa el miedo y la incertidumbre del «Ne projicias me»; la arrebatadora polifoní­a del «Docebo inicuos», en el que se suceden rápidas coloraturas y la melancolí­a del «Libera me» estremece al oyente sensible.