Sin el sofisticado despliegue o recursos de las potencias, los vecinos del Caribe y Latinoamérica también contribuyen a paliar la situación en Haití tras el devastador terremoto, con aportes que van desde sangre hasta traductores del creole, la lengua de los haitianos.
En las calles de Puerto Príncipe ignoran que el presidente René Preval asistirá a la reunión dedicada a su país por parte de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), una cumbre en Quito que obrará el milagro de reunir en la misma mesa a dos rivales: ílvaro Uribe, el presidente de Colombia, y Hugo Chávez, el de Venezuela.
«Creo que es muy bueno que todo el mundo se movilice para ayudarnos, pero sin duda que los latinoamericanos pueden entender mejor que otros países a Haití», dijo Pierre Exil, un estudiante de paramédico que trabaja como voluntario en seguridad en el inmenso «hospital inflable» que instaló la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) en terrenos de la escuela Saint Louis.
Para Exil, Haití «es el ejemplo en grande de los problemas que afectan a todos los países: corrupción, pobreza, falta de gobiernos serios», apuntó.
«Aquí recibimos mucha ayuda de Venezuela y Bolivia, pero necesitamos ser más parte de la región, con más acuerdos, entre los pobres nos ayudamos», comentó Sandreque Italien, un estudiante de teología de 28 años que en nombre de Haitianos Unidos en República Dominicana, es voluntario en un campo de refugiados.
Puerto Príncipe necesita de todo y todo es poco, lo cual movilizó hasta los pequeños estados insulares de Dominica y Santa Lucía, que suministrarán de 50 a 60 interpretes de «creole», el idioma predominante en el país devastado por el terremoto de enero.
«En mi país hay pobreza, pero lo que están viviendo los haitianos parece más que un castigo de Dios», dijo a la AFP uno soldado boliviano de la Misión de estabilización de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) que declino identificarse mientras resguardaba un comedor público de cocineras dominicanas.
Bolivia, la nación sudamericana más pobre, «envió 50 toneladas de arroz y unos 500 litros de sangre» cinco días después del terremoto, recordó el soldado.
«Estos días en Haití han sido quizás los más duros de mi vida, pero la solidaridad que se ha visto entre voluntarios de distintos países es aún más conmovedor», contó rompiendo a llorar Pedro F. Sosa, paramédico dominicano que llegó a Puerto Príncipe la noche del sismo junto a una unidad de voluntarios que rápidamente sumaron 2.000 provenientes de la vecina República Dominicana.
Esta delegación «fue recibiendo doctores, enfermeros y bomberos que íbamos instalando prácticamente a nuestro paso hospitales de campaña: Nunca en mi vida voy a olvidar a los heridos en las calles», contó Sosa.
Con médicos voluntarios de Corea, Chipre, Grecia y Libia, los dominicanos se instalaron en la zona industrial aledaña al aeropuerto de la capital haitiana, Sonapi. Allí «estamos atendiendo unos 300 pacientes diarios».
«Ahora sobre todo infecciones gastrointestinales y de heridas relacionadas con las condiciones insalubres de la calle», contó la enfermera canadiense Danielle Laporte.
En el campamento de la ONU, el salvadoreño Luis Bonilla, de 23 años, recién graduado de economista, y el médico chileno, Jorge Barros, de 25 años, están durmiendo en una de las carpas de un equipo de Carabineros de Chile mientras apuran la aprobación de un proyecto para construir casas de emergencia para los damnificados antes que empiecen las lluvias.
«Como parte de la organización Un Techo Para mi País, que empezó en Chile en 1997 y que tiene presencia en 15 países latinoamericanos, queremos que Haití sea el número 16 y tener construidas las primeras 120 casas a mediados de marzo», dijo a la AFP Bonilla ansioso de que se logren superar obstáculos de logísticas para que en diciembre de 2010 tengan unas 2.000 casas construidas.