Dos grandes de la historia


Para descansar de mi visión pesimista de Guatemala, me cayó como anillo al dedo la celebración del Aniversario de Stanley y Livingstone, los grandes exploradores del ífrica negra, dentro de la actividad anual de los miembros del Club de Aventureros de New York.

Mario Castejón

El doctor David Livingstone, un hombre difí­cil de dimensionar, envoltura de bondad y calidad humana, por dentro una voluntad de hierro al servicio de Dios. Personalidad notable como Stanley, uno más de esos titanes que dio a luz a la era victoriana junto a Speke y Burton.

John Speke y Richard Burton cruzaron las montañas de la Luna en Kenya en 1858 y dentro de un incidente confuso que terminó con su amistad, encontraron las fuentes del Nilo oficialmente denunciadas por Speke. Recorrieron y descubrieron el lago Victoria y el Tanganyka describiendo una nueva geografí­a en las posesiones del imperio al Sur del Sahara. Por un azar de la naturaleza humana los dos amigos se enemistaron. Burton lloró a su inseparable compañero de las noches africanas al conocer de su trágica muerte, un suicidio disfrazado de accidente, sin haberse reconciliado.

Volviendo a Stanley y Livingstone, centro de este Aniversario, el segundo se perdió en el ífrica oriental olvidándose del mundo para salvar su alma. Era médico y al propio tiempo misionero y explorador. Habí­a nacido en Escocia en 1813 según sus palabras en el seno de una piadosa pobreza. Como muchos niños pobres de la era victoriana trabajaba en una fábrica de tejidos y como pudo se hizo médico. En 1840 partió designado misionero a Bechoanalandia en ífrica, en donde por siete años ejerció como médico y misionero mientras aprendí­a las lenguas autóctonas que llegó a dominar.

En 1849 atravesó el desierto de Kalahari y llegó al lago Ngami descubriendo el rí­o Zambeze y las que llamó Cataratas de la Reina Victoria. Combatí­a y denunciaba el comercio de esclavos y eso lo motivó a iniciar nuevas exploraciones para fundar centros misioneros. Envió a su familia a Inglaterra y se puso en marcha hacia el poniente africano durante dos años llegando a la Costa Atlántica. Regresó a Inglaterra en 1856 y fue acogido como un héroe volviendo a partir para ífrica entre 1858 y 1864. Luego se le confió la exploración del lago Nyassa y Tanganyka en busca de las fuentes del Nilo en 1865, Livingstone ya no volverí­a de ífrica y durante cinco años no se supo nada de él.

Un magnate de la prensa norteamericana John Gordon Bennet dijo a uno de sus corresponsales Henry Morton Stanley de solo treinta años: tome mil libras y cuando se hayan gastado tome mil más y así­ sucesivamente, pero encuentre al Dr. Livingstone; el New York Herald era el diario de mayor tirada en el mundo.

Stanley era un hombre enérgico, crecido, en un orfanato en Inglaterra, podí­a ser el personaje de un cuento de Dickens. Se embarcó hacia New Orleans y luego combatió en la guerra de Secesión y en las campañas contra los indios. Tras la orden de Bennet, desembarcó en Zanzí­bar en 1871 y equipó su expedición incluyendo su barca desmontable Alice. Atravesó parte de ífrica de abril a noviembre y llegó al lago Tanganyka. Con emoción esperó la mañana sin dormir y salió al alba hacia la aldea de Ujiji en la actual Tanzania, allí­ se decí­a viví­a un hombre blanco, un médico. Al acercarse vio al hombre que buscaba en medio de la selva después de casi un año, un anciano esperando. Con respeto sosteniendo con una mano su casco tropical dijo: «El doctor Livingstone supongo». La frase con su laconismo británico se hizo famosa. Stanley describió a aquel apóstol: cincuenta y siete años, atacado de enfermedades graves, casi sin dientes y muy delgado, transmitiendo una paz increí­ble.

Livingstone dejó profunda huella en el joven periodista, lo trató como a un hijo pero no quiso volver con él a Inglaterra, se separaron en 1872, murió el 1 de mayo de 1875 y sus restos reposan en la Abadia de Westminster, su corazón por deseo personal fue enterrado al pie de un árbol en ífrica.

Stanley regresó a Londres en donde se vio asediado por la envidia y la desconfianza, dos hombres creyeron en él, Gordon Bennet quien le financió para explorar el rí­o Congo y Leopoldo el Rey de los Belgas quien lo apoyó para completar la exploración e hizo suya la posesión con el nombre de Congo Belga. Descubrió los lagos Leopoldo y Alberto y su nombre nativo Bula Matari (el rompedor de piedra) se convirtió en leyenda.

En la Real Sociedad de Geografí­a se le mantuvo desconfianza máxime cuando trabajó para otra nación. La sociedad inglesa nunca lo aceptó del todo, murió en Londres en 1904, cuando el Big Ben anunciaba la media noche, tení­a 63 años, sus últimas horas las pasó recordando su encuentro con Livingstone, como él decí­a: el padre que nunca habí­a tenido, la señora Stanley recordó sus últimas palabras: «ífrica, ífrica? por fin llegó el momento que he esperado tanto tiempo».

Stanley hubiera querido reposar al lado del doctor Livingstone en Westminster pero no fue invitado. Su viuda Alice lo enterró en el jardí­n de su residencia al lado de una piedra enorme traí­da de ífrica con un rótulo escrito: «Henry Morton Stanley, Bula Matari, 1904».

Nota Final: «Leí­ de una nueva misión militar en el Congo. ¿Conocerán los oficiales a cargo la historia de Stanley y Livingstone?»