Glenda Villalta, una joven muy hermosa, salió del almacén de alta categoría en el que había comprado un par de zapatos de los más caros y lujosos, y se dirigió, en su auto deportivo, hacia su hogar.
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Y mientras conducía por las calles de Lima, Perú pensaba, con orgullo, en la compra recién hecha.
Ya en casa, lo primero que hizo fue sacar de su guardarropa sus finos vestidos y se les probó hasta que decidió cuál combinaba mejor con su nuevo calzado.
¡Cómo presumiría en la oficina!
Estaba tan ensimismada contemplándose en el espejo, que no se dio cuenta de que su anciana madre le veía.
La señora observó sus propios pies cubiertos con unas sandalias viejas, rotas y casi sin suelas, y comenzó a llorar en silencio.
VELAR POR LOS PADRES ANCIANOS ES CUMPLIR UNA LEY DIVINA