Hoy publicamos un reportaje sobre la forma en que nuestros niños son introducidos en las pandillas que han proliferado debido a la combinación de una serie de factores entre los que destacan la desintegración familiar y la ausencia de políticas públicas, especialmente orientadas a brindar oportunidades a nuestra juventud para que se puedan realizar en actividades productivas y sanas.
Hay muchas formas de arruinar la vida a los niños, pero una de las peores es la utilización que se hace de los pequeños para que cometan fechorías y se puedan amparar en la norma que los considera inimputables por la comisión de algún delito. Porque se les roba su inocencia al convertirlos en criminales que terminan por sentir que la vida en la pandilla, en la mara, es la plena realización de sus aspiraciones.
Es tan poco lo que les ofrece la familia y la sociedad en su conjunto que para muchos pequeños el pasar por el rito de iniciación en alguna de las maras se convierte en máxima aspiración, sin entender que están sufriendo, en cambio, su máxima perdición.
Las mismas condiciones de vida que se imponen a la gente con menos recurso económico condiciona de entrada el funcionamiento de la familia. Un país en el que ni siquiera hemos podido disponer de un sistema de transporte eficiente condena a sus trabajadores a pasar el valioso tiempo que debieran dedicarle a sus hijos metidos en un destartalado vehículo de transporte colectivo. Los padres de familia pasan más tiempo movilizándose de sus casas a los trabajos y viceversa que poniendo atención a las necesidades y urgencias de los hijos.
Eso en los casos en que las familias están unidas y únicamente se separan por las necesidades del trabajo, pero hay muchísimas más en las que la desunión se traduce también en el desinterés que paran pagando los hijos que viven en una especie de abandono lamentable que los echa en brazos de quienes reclutan jóvenes para que ayuden en la acción criminal de las pandillas.
Ayer el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, dijo que su país ha fallado en la obligación de proteger a sus niños. Si eso dicen allá, donde hay programas y políticas públicas orientadas a atender las necesidades de la niñez, su formación y entretenimiento sano, qué se puede decir de Guatemala como Estado y como sociedad. El camino por recorrer en nuestro país es inmenso porque nos falta prácticamente todo, empezando por la noción misma de que tenemos un deber y una obligación ineludible para ofrecer a nuestra niñez la oportunidad que hasta ahora se les ha negado por indiferencia y ceguera.
Minutero:
Las maras que reclutan
a niños en abandono
les van sembrando el encono
con que tantos hogares enlutan