Con mucho entusiasmo el joven Juan empezó a roturar en campos extraños, empuñando con firmeza el arado y mirando hacia adelante, hacía un promisorio futuro en la tierra de adopción. Como asistente del tío de su esposa, don Fabriciano, tuvo a su cargo el área de ventas de la librería La Helvetia. En las pocas ocasiones de quietud atravesaba la calle al Café La Mallorquina ubicado enfrente, en la 9ª calle y 9ª avenida. Allí conoció e hizo amistad con don Juan Maegli y don Federico Nisthal, el primero dueño de almacén y el segundo de ferretería. Las tertulias se hicieron más amenas y los dos comerciantes mayores empezaron a apreciar las cualidades del joven español. Por el contrario la situación con el tío se deterioraba; surgieron desavenencias y Juan hizo ver a su tío político que prefería renunciar antes que afectar la armonía familiar. «Y si dejas de trabajar ¿Qué vamos a hacer?» le preguntaba la afligida María Paz que ya tenía tres meses de su segundo embarazo. Regresar a España era una posibilidad aunque sombreada con los colores del fracaso. Tampoco tenían dinero para los pasajes, dos adultos y un infante, Juanito. Además Juan no consideraba la opción de pilotar aeronaves, no quería pensar en volar aviones desde el fatal accidente de sus amigos. ¿Qué hacer entonces? A las tres de la mañana de un día jueves Juan agitado despertó a su esposa: «!Voy a poner mi propio negocio de librería!» «Â¿Qué estás diciendo Juan? ¿Con qué dinero?.» Al día siguiente Juan contactó al señor Maegli y le propuso el negocio. Don Juan, confiando en las habilidades y honradez del animoso joven no lo pensó mucho, a las pocas semanas ya estaba constituida la sociedad «Orero y Maegli, Compañía Limitada» (no estaban de moda las sociedades anónimas) y de inmediato arrendaron a don Carlos Garín un local situado en la 5ª avenida entre 15 y 16 calles. Así, en 1957, Librería Progreso empezó a abrirse camino con sus primeras gateadas en una selva tupida, donde había muchas librerías de prestigio: Librería Pax, Modelo, Hispania, Hispanoamérica, Arimany de la octava, Fátima, La Lectura. Algunas se sofocaron con la fuerte competencia, otras permanecen y han crecido. En 1965 complementaron el negocio con la Tipografía Europea que se instaló en la 9ª. Avenida entre 17 y 18 calles, luego en la zona 4 y finalmente en la zona 12 donde está actualmente. Como todo un caballero don Juan Maegli cumplió con lo pactado originalmente (antes la palabra era suficiente) en el sentido de que su participación estaría a disposición de Orero conforme éste le fuera pagando; de esa cuenta en 1975 la sociedad dejó de ser Orero y Maegli y quedó como Orero y Orero, Cía. Ltda. La empresa creció y lo demás es historia. Desde el punto de vista familiar la familia Orero Pascual recibió 5 hijos, 5 andaluces nacidos en la América indiana, cinco chapines de pura cepa. Siguieron los nietos, 13 en total. Los hijos fueron tomando control del negocio y don Juan, disponiendo de más tiempo libre, viajaba todos los años a su tierra natal pero estando allá añoraba regresar a su Guatemala. No pretendo aquí poner adjetivos a don Juan ni estampar etiquetas a su vida. Sólo puedo decir que lo vi envejecer de manera tranquila; como un hombre que, según Amado Nervo, estaba en paz, que en el ocaso de su existencia bendecía a la vida y que las cuentas contables que verdaderamente cuentan estaban bien cuadradas. Nada faltaba, nada sobraba. Supo exprimir la esencia de la vida; como padre fue amado por sus hijos; como trabajador fue un exitoso comerciante que dio vida a toda una corporación y en mas de 50 años la oportunidad de trabajo a miles de personas; a la hora de ser amigo era leal y generoso; a la hora de divertirse le gustaban las reuniones con un buen vinito y whisky en las rocas, y claro está, el jamón serrano y las angulas. Le encantaba el futbol y por tiempo la cacería. Un hombre en el que yo vi dibujada una sosegada y colorida puesta de sol al final de un productivo día. J.L. Borges decía que hay un momento en la vida en que «uno empieza a despedirse». Habría que agregar que hay otro momento posterior en que uno «ya quiere irse». Ello no es una visión fatalista ni significa que uno no valore las bendiciones de la vida, la familia, etc. no revela una posición negativa, por el contrario es un sabio reconocimiento de la última realidad: que vamos de paso. ¿Acaso no somos, como dijo el poeta, un fugaz relámpago en medio de dos noches eternas? Cuando en junio del año pasado murió su hija María del Pilar, la consentida, don Juan con un insondable dolor comprendió en toda su dimensión la realidad de nuestra existencia. Y el fuego se empezó a apagar. Acaso en su subconsciente sentía que Pili estaba sola del otro lado y alguien tenía que ir a acompañarla. Su mirada era cada vez más cansada pero más serena y sus pasos cada vez más lentos lo llevaban directamente al inexorable destino. Espero que, como dijo Rubén, «Dios le tenga reservado un lugar en alguno de sus paraísos.» Descanse en paz don Juan Orero García.