DON ANTONIO RODRIGUEZ PEDRAZUELA.


Con la autorización de la enfermera jefe de intensivo señora de Rodrí­guez, a las 6 en punto de la tarde nos tomábamos con D. Antonio nuestra copa de vino tinto en una ceremonia en la que nos acompañaban los buenos amigos que ahí­ estaban de visitantes. Fue así­ que durante las tres noches que pasó en intensivo fueron Ricardo, Federico y ílvaro con quienes compartimos en su habitación del hospital degustando con D. Antonio ese Happy Hour que él se gozaba tanto.

Dr. Carlos Pérez Avendaño

Cuatro dí­as antes de su ingreso me llamó a las 9 de la noche el licenciado Lionel Martí­nez para decirme que D. Antonio estaba muy mal. Un episodio de disnea, tos persistente y cansancio extremo que ya no le permitieron abrir los ojos, nos anunciaban un próximo desenlace lo cual requirió su inmediata hospitalización. Los electrocardiogramas y exámenes de sangre confirmaron un nuevo infarto sobre ese ya demasiado deteriorado corazón que, habiendo sufrido cuatro ataques anteriores y habiendo requerido de pontajes (bypasses) coronarios en el curso de los últimos 20 años, ya sentí­a un obligado deseo de descansar.

La condición de D.Antonio era sumamente crí­tica por lo que de acuerdo con Lico Alfaro consultamos a D. Francis y D. Julio, directivos del Opus Dei, para ponernos de acuerdo de como actuar en caso de algún paro y si acaso deberí­amos aplicar las consabidas maniobras de resucitación. La decisión fue de no proceder con maniobras extraordinarias y dejarlo morir en paz.

Se procedió por lo tanto, con el tratamiento indicado para una insuficiencia severa de ese corazón ya muy grande, dilatado y con arritmia que, lo que querí­a, era descansar.

Como un milagro, e insisto, como un verdadero milagro D. Antonio reaccionó al tratamiento, reinició su plática y sus sonrisas lo que me hizo ver que habrí­a que ofrecérsele su tradicional copa de vino que tanto degustaba. A mi ofrecimiento aceptó gozoso. Fue así­ que el domingo 21 por la noche, platicando sobre el último juego de su equipo favorito, el Real Madrid, nos tomamos la que fue nuestra última copa.

La mañana del lunes manifestó nuevamente su deseo de egresar del hospital y así­ se hizo. Esa noche durmió su última vez, en su casa, en su cama y murió durante el sueño de la madrugada.

La vanidad obliga como hombre y como médico, a hacer alarde de aquellas personalidades que tuvieron la confianza de ponerse en mis manos. D. Antonio fue uno de ellos, ya que lo atendí­ desde 1959 cuando se me llamó por primera vez a atenderlo en su casa de la l4 calle, y así­ fue que fui su médico durante 40 años y hasta su muerte. El haberme regalado su confianza y su amistad es algo que merece mi gratitud y sobre ello la Lila mi mujer me hizo, durante muchos años un persistente recordatorio.

La Lila le ofreció en múltiples ocasiones su delicadamente arreglada mesa de comedor para festejar con prelados, Nuncios y Cardenales, especialmente nuestro querido Mario Cardenal Casariego esa entrañable amistad.

D. Antonio vino al mundo el 19 de octubre de 1925; es decir, 20 dí­as antes que este su amigo matasanos. Es ahora, que con tristeza me he despedido de él repitiendo, por enésima vez mi agradecimiento que, acompañado de una copa de vino, me hizo sentirme muy satisfecho de haberle ofrecido una medicina que, espero, le haya ayudado a morir con alegrí­a y cumplir esa exitosa trayectoria para la que se le dio diez y devolvió veinte. ¡¡Gracias y salud!! D. Antonio.