Mariano Cantoral
Entre merolicos y chamanes, el domingo no es un día común en el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, el Parque Central luce abarrotado de personas quienes en busca de distracción, concurren para darle rienda suelta a una de las manifestaciones urbanas más populares de nuestro folclor.
El parque o plaza central de la capital de Guatemala, zona 1, luce como siempre, escoltado por históricas obras arquitectónicas; eclesiásticas, políticas y comerciales, inmuebles otrota habitados por personas atestadas de «linaje», quienes hoy por hoy, han emigrado hacia otras zonas (de las 25 que hay) más «modernas» y «relucientes».
Los domingos en el Parque Central se busca distracción, solaz, pasatiempo, esparcimiento, como se le quiera llamar, la mayoría de visitantes, puedo asegurarlo, no sobrepasan la clase media y asisten en busca de regocijo, después de soportar una ajetreada semana.
El domingo es el día fronterizo entre el ocio y la faena cotidiana, así que el tiempo es oro y cuando bien va, se «descansa devengando».
A un costado del Parque Central, cerca del Palacio Nacional de la Cultura, sindicalistas y grupos sociales análogos, dejan constancia de sus protestas, resistencias y exigencias, sobre mantas rotuladas que acumulan varios meses allí, sostenidas sobre planchas de metal.
Dependiendo del día, las protestas dejan de ser iconográficas y se amplifican a través de un micrófono, un altoparlante o a viva voz, a ras del suelo o sobre una banca, bajo la sombra de un árbol o bajo los rayos del sol meridiano.
Desde que florecieron los centros comerciales y otros mecanismos más automáticos de recreación, las caminatas urbanas se juzgan con desprecio. Los textiles típicos, la comida tradicional, han sido reemplazados por ropajes diseñados por glorificados extranjeros y por platillos delicatessen, un patrón que se ha extendido y reproducido principalmente en las nuevas generaciones, de las cuales soy parte, victimizadas por los valores importados y postizos.
El Parque Central es el lugar desde donde se empezó a construir la nueva ciudad de Guatemala, después del terremoto que destruyó la antigua capital, asumiendo los patrones arquitectónicos coloniales, en los cuales se aprecia un mestizaje entre el barroco y las tendencias artísticas autóctonas de la América precolombina.
Los domingos, en el Parque Central, la actividad económica predominante es el comercio informal; galpones improvisados de nylon y madera, mesas plásticas, emporios plegables donde se venden prendas tradicionales urdidas artesanalmente y platillos de comida popular, entre otros artículos propios de nuestro país y sus coloridas manifestaciones culturales.
«El modelo de ciudad adoptado en el -Nuevo Mundo- fue el que imponía el estilo barroco en Europa, donde la urbe se concebía como símbolo del poder absoluto de los reyes y se estructuraba en torno a un centro constituido por una gran plaza, la plaza mayor, y se distribuía en manzanas y amplias calles de trazado en cuadrícula», según información extraída de la página de Internet «historiadelarte.us».
El domingo es un día cualitativamente especial en el Centro Histórico de la ciudad capital de Guatemala, el Parque Central, como punto de referencia, a manera de sinécdoque, luce colmado de personas quienes activan parte de nuestro folclor.
Convergen a platicar, leer, apreciar las múltiples escenas cuasi teatrales que se amalgaman conformado un mosaico de actos, ocurrentes, serios, musicales, rítmicos, esotéricos, religiosos, y mercantilmente informales, representados, estos últimos, por los merolicos.
Los merolicos exponen interactivamente un discurso apasionante, durante largo tiempo, hacen gala de su elocuencia verbal, sueltan chistes, bromas, y confesiones escatológicas y lúdicas, pero todo con el fin de promocionar al producto o al servicio del día, que puede ser un medicamento natural contra cualquier enfermedad (una especia de panacea callejera), un artículo milagroso para el hogar, un accesorio indestructible, la predicción, la prestidigitación, la quiromancia o la adquisición de una fantástica píldora afrodisíaca.
Los inmuebles que circundan el Centro Histórico, han sido transformados en oficinas de gobierno, en restaurantes que venden almuerzos ejecutivos, o en establecimientos lucrativos.
Los artesanos, los extranjeros, los mochileros, los músicos sin escenarios, los concursos cuya materia prima el reggaeton recalcitrante, los recipientes plásticos para verter monedas, los vendedores metafísicos, los chamanes, los espiritistas; todos ellos, forman parte del horizonte dominical en el Parque Central.
Las aves inquilinas de la Catedral Metropolitana, las palomas, sobrevuelan la fuente central de la plaza y el pabellón nacional que ondea como todos los días, pero esta vez, no observan a señores entacuchados como el resto de la semana, sino a la muchedumbre gozosa, olorosa al humo que escapa de las ollas y parrillas.
La majestuosa Catedral se erige en uno de los puntos cardinales, en el lugar exacto que le corresponde, arquitectónica e históricamente. Las campanas repican poco antes del mediodía para anunciar que está a punto de iniciar la misa presidida por el Cardenal.
La iglesia está repleta de personas, algunos feligreses asiduos, otros, turistas o nada más degustadores de arte, pero de cualquier modo, el templo se llena y los periodistas no dejan cabos sueltos.
El Parque Central, y en general, numerosos escondrijos del Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, han sido la inspiración para poetas, novelistas, escultores y todo tipo de artistas, quienes son hechizados por las columnas, las leyendas y la atmósfera citadina que rodea su pasado y presente.
Las calles y avenidas se acoplan caprichosamente, según el plan urbanístico diseñado por el ingeniero Raúl Aguilar Batres y mientras la plaza central va quedando atrás, el historicismo dialéctico se disemina paulatinamente, y se empiezan a distinguir los emporios, los mercados más norteamericanizados que municipales, y en fin, otros modos más contemporáneos de existencia.
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