Domesticados por la violencia


Haber empezado el año cada vez tiene menos expectativa y más realidad; ya pasó la época de regalar y por lo tanto se cerró el paréntesis de ser buenos y sentirse impelidos por un sentimiento que lleva a la masa consumista a tener actos de caridad, y gestos que subliman su tradición religiosa para que les ayude a evacuar la culpa cristiana que cada uno lleva dentro. La expectativa no es la mejorí­a de las condiciones y del entorno, ni aunque se haya sacado el gordo de la Santa Lucí­a; se impone la realidad que revienta en la cara como bofetada que nos recuerda la pobre sociedad que representamos. La violencia como fenómeno extendido no hizo un alto al final del año porque es parte intrí­nseca ya de las relaciones sociales de los guatemaltecos, en tanto se le comprende como algo complejo e histórico, es decir no es la suma de varios crí­menes ni es de hace dos décadas. En este contexto la presente no es otra columna más que denuncia la criminalidad y motiva a hacer un alto a la violencia como si se tratara de una campaña mediática para promover un producto enlatado, para eso están jóvenes contra la violencia, los de blanco, un joven más, los pro reformistas, varios medios masivos de comunicación, los que rotulan el vidrio de su carro con el logo: alto a la violencia, los que refuncionalizan este sí­ndrome con actos como reproducir diálogos dentro de una camioneta del servicio de transporte, para hacer un viaje a un barrio violento y pobre mientras se conversa sobre la violencia, como si tratara de una expedición a Marte.

Julio Donis

El interés que persigo si es en cambio, comprender las razones históricas que nos condujeron a este estadio y sus repercusiones en la dimensión colectiva e individual, aspiración que por supuesto no es resolvible en estas lí­neas, pero sí­ lo es elevar la idea de entender dialécticamente este problema, para que usted se pregunte qué relación tienen el asesinato de pilotos con el modelo de producción precapitalista de este paí­s, o con el asesinato del abogado Rosenberg, y no se trague una pí­ldora de inocencia que las maras quieren tomar la ciudad. En otras palabras es identificar la vinculación entre los métodos sistemáticos para cometer violencia y las relaciones de poder, su función como instrumento para hacer polí­tica de la más baja calaña, o como mecanismo conspirador que regula la gobernabilidad desde la informalidad. En la dimensión subjetiva se trata de constatar que la integridad de las personas está siendo devastada hasta fronteras inimaginables con efectos que perdurarán por generaciones, porque la violencia es el nuevo idioma para comprender lo cotidiano, para entender que estamos siendo domesticados.

En este orden de propuestas no es sorpresa que el mes de enero avance ya con una cantidad importante de asesinatos a pilotos, a pasajeros, policí­as y mujeres. Los muertos que son homicidios, forman parte de un cuadro que se dibuja y desdibuja todos los dí­as, se completa la escena con el resto que quedan vivos como ví­ctimas indirectas; la pintura de diversas tonalidades es la violencia que ensombrece esta obra de rara perversidad y el pincel lo sostienen distintos actores en la sombra tranquila que les ofrece la impunidad.

Finalmente para comprender la lesión que se ha producido en la dimensión colectiva traigo a colación el intrí­ngulis alrededor del asesinato del señor Rosenberg. Los efectos de dicho asesinato son la prueba que somos un conglomerado que ha acumulado culpa, indignación y miedo, ingredientes que elevan la presión a unos niveles explosivos como lo pudimos observar en los dí­as posteriores al hecho. Acto seguido se evidenció la ausencia de objetividad por la opinión pública, incapacidad de dialogar y aceptar, la anomia y dispersión, caldo de cultivo perfecto para el afloramiento del caos.