El actual estallido de violencia en Líbano testimonia las dificultades que enfrenta la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, quien ve reducido su margen de maniobra cada día más desde Bagdad a Gaza y Beirut.
La jefa de la diplomacia estadounidense, quien ha basado su estrategia hacia Medio Oriente sobre el apoyo otorgado a los gobernantes árabes moderados para contener la influencia de Irán y Siria, ve a sus aliados debilitarse inexorablemente o alejarse, mientras se refuerzan los regímenes menospreciados por Washington.
Como testimonio del descenso de sus ambiciones, el ritmo de viajes de la secretaria de Estado se ha desacelerado notablemente. Mientras recorrió casi 400.000 km por año en sus periplos alrededor del mundo en 2005 y 2006, ella no ha volado más que 110.000 este año, según una compilación del Departamento de Estado.
«Rice es de una discreción creciente», destacó recientemente un diplomático europeo. «Ella parece funcionar cada vez más como reacción que como acción».
Sobre todos los temas candentes de Medio Oriente, el gobierno de George W. Bush, que tiene 18 meses por delante, parece débil, sino impotente.
En Irak, Washington ha fracasado en contener el fortalecimiento de Irán, a pesar del apoyo prestado al primer ministro Nuri al-Maliki, quien es chiita. Rice lo reconoció en los hechos al abrir –tardíamente y bajo presión– un diálogo tímido y limitado con Teherán. Una reunión a nivel de embajadores está prevista para la próxima semana.
La secretaria de Estado también resolvió reunirse con su homólogo sirio Walid Muallem a comienzos de mayo para pedirle su ayuda en Irak, luego de haber menospreciado a Damasco desde hacía dos años.
El conflicto israelo-palestino, que Rice se comprometió a desbloquear a comienzos de este año, está en punto muerto principalmente por la debilidad de sus protagonistas.
La jefa de la diplomacia norteamericana tuvo recientemente que anular una gira por la región debido a la incertidumbre sobre el futuro político del primer ministro isarelí Ehud Olmert.
Por otro lado, ella vio sus esfuerzos para debilitar al movimiento radical palestino Hamas destruidos por Arabia Saudita, país con el cual las relaciones del gobierno de Bush no dejan de deteriorarse: Riad organizó un gobierno de unión nacional que incluye a grupo Fatah del presidente Abbas y Hamas del primer ministro Ismail Hanyieh, lo que ata de manos a Abbas el enfrentar el proceso de paz.
En Líbano, el primer ministro Fuad Siniora enfrenta la ola de violencia más cruenta desde el fin de la guerra civil en 1990, luego de haber llamado al Consejo de Seguridad de la ONU a imponer un tribunal internacional por el asesinato del político Rafic Hariri, para lo que no logró conseguir de su propio parlamento.
«Eso pone de manifiesto que hay fuerzas extremistas violentas que intentan hacer descarrilar los esfuerzos de los pueblos de la región por alcanzar una vida mejor», declaró este martes el portavoz del Departamento de Estado, Sean McCormack.
«Vamos a tener que enfrentar a quienes rehúsan toda reconciliación política. Vamos a tener que construir las instituciones que apoyen la democracia y la libertad en la región», agregó. «Pero esto es una lucha».
Para Steven Cook, un experto del Consejo de Relaciones Exteriores, Washington no jugó suficientemente la carta del diálogo, principalmente con Siria, con la cual las relaciones diplomáticas nunca han sido rotas, contrariamente a Irán.
«Pienso que Estados Unidos no debería utilizar las relaciones diplomáticas como una zanahoria y un garrote, sino como un elemento pleno de su política exterior», expresó Cook.