Doha: proceso moribundo


Confianza. Pascal Lamy, director de la Organización Mundial del Comercio confí­a en los paí­ses del G8 para alcanzar acuerdos en Doha.

Agonizante desde julio, el proceso para liberalizar el comercio mundial en beneficio de los más pobres ofrece sus últimas oportunidades de supervivencia, entre declaraciones optimistas de lí­deres como el ’premier’ británico Tony Blair o el propio jefe de la OMC, Pascal Lamy.


Los 150 paí­ses miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) mantuvieron en las últimas semanas numerosos contactos técnicos para reactivar la ronda de Doha, lanzada en 2001.

Pero las negociaciones polí­ticas solamente se reanudarán el 27 de enero entre una veintena de ministros reunidos al margen del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza).

La vigencia o el fracaso definitivo de la ronda de Doha debe quedar certificado imperativamente en 2007, y ya con tres años de retraso a lo establecido inicialmente.

En efecto, el proceso depende del calendario polí­tico estadounidense: queda poco tiempo para convencer al Congreso de que renueve los poderes especiales de negociación comercial otorgados a la Casa Blanca, que expiran a fines de junio.

Pese a las enormes divergencias subsistentes, y a la carrera contrarreloj del proceso, varios responsables hicieron gala de optimismo, no se sabe si real o producto de un mero voluntarismo polí­tico.

«En Davos nosotros esperamos tener, no un acuerdo definitivo, sino un avance importante» para fijar «las lí­neas generales de un acuerdo aún en el primer semestre» de 2007, afirmó el martes el canciller brasileño, Celso Amorim.

Tony Blair aseguró por su lado que «las próximas semanas serán particularmente cruciales», y se declaró «más optimista» que antes sobre estas negociaciones comerciales.

Un poco más de cautela mostró el director general de la OMC, Pascal Lamy. Según él, las grandes potencias mundiales, «especialmente los responsables del G8 (siete paí­ses más industrializados y Rusia), han enviado a sus negociadores instrucciones para concluir las negociaciones».

Esta es «la buena noticia», dijo Lamy esta semana en Addis Abeba, pero «lo que queda por hacer es traducir todas esas buenas intenciones polí­ticas en una verdadera negociación, y aún no estamos en ello», reconoció.

A pesar de ser criticado en los sectores antiglobalización, el proceso de liberalización mundial del comercio es defendido de forma apasionada por Lamy, mientras proliferan los acuerdos comerciales bilaterales o regionales, a la sombra del probable fracaso de Doha.

«De los 150 miembros de la OMC, un 75% son pequeños paí­ses, o paí­ses muy pobres» argumentó Lamy en la capital etí­ope, ante ministros de Comercio de la Unión Africana (UA).

«Las grandes naciones pueden recurrir a un sistema (…) más bilateral, porque pueden imponer su voluntad» a los demás en esos tratados bilaterales o regionales, prosiguió Lamy.

«Pero la gran mayorí­a de los paí­ses de la OMC no pueden hacer acuerdos bilaterales», defendiendo correctamente sus intereses, «porque son más débiles», explicó.

Lamy, campeón del multilateralismo, debió sin embargo suspender en julio las negociaciones de Doha, debido a profundas divergencias.

Las paí­ses en desarrollo exigen que los ricos reduzcan sus subvenciones agrí­colas porque falsean los precios mundiales y penalizan a los campesinos del Sur. Los paí­ses del Norte piden a cambio una mayor apertura de los pobres a los bienes industriales y servicios.

Elizabeth Tankeu, Comisaria de la UA para el Comercio y la Industria, reflejó esta semana la frustración del Sur ante ese callejón sin salida.

«Las grandes expectativas generadas por la declaración de Doha no se han materializado», porque «las negociaciones se concentraron cada vez menos en la cuestión del desarrollo de los paí­ses pobres, y cada vez más (…) en los pequeños intereses nacionales de los paí­ses ricos», lamentó.