Disipa temores


Vista. Daniel Ortega (I), presidente electo de Nicaragua, observa una construcción en Managua.

Las señales emitidas por Daniel Ortega en las dos semanas transcurridas desde su triunfo en las elecciones del 5 de noviembre, han disipado los peores presagios de sus crí­ticos que empiezan a darle un voto de confianza y a creer que hará una gestión eficaz.


Ortega, de 61 años, se ha reunido con banqueros, inversionistas, sindicatos y organismos financieros internacionales para repetirles lo que al conocer su triunfo declaró: en su gobierno «no habrá cambios dramáticos ni radicales» en las polí­ticas económicas ni habrá expropiaciones como hubo en la década de los 80 durante la revolución sandinista.

Los pasos andados en estas dos semanas son «la mejor señal» que podrí­a haber dado. «Está actuando con sabidurí­a e inteligencia» y es un indicio de que «puede lograr hacer un excelente gobierno», dijo el analista Róger Cerda.

Los compromisos con los sectores sociales más desposeí­dos «son bastante ambiciosos» pero son negociables con los organismos financieros, lo único es que hay que respetar el déficit fiscal y el equilibrio macroeconómico, apuntó Cerda.

El politólogo Arturo Cruz es de la misma opinión. «Han sido sus gestos los que han hecho que el paí­s esté bastante tranquilo. Los vaticinios que nos advertí­an de que si ganaba serí­a una espada de Damocles» no se han cumplido, aseguró.

Al despejarse algunos temores sobre la orientación económica del futuro gobierno de Ortega, «tenemos una oportunidad extraordinaria como paí­s; ya que con esta nueva administración se cierra el ciclo de la transición (económica)», estimó el presidente del Banco Central, Mario Arana.

La continuidad de la polí­tica económica permite pensar en programas «ya no en cinco años sino a 25», aseguró Arana.

Hasta su más feroz crí­tico, el embajador de Estados Unidos en Nicaragua, Paul Trivelli, que no escatimó esfuerzos para impedir su victoria en las elecciones de noviembre, ha cambiado su discurso.

«Creo que hay buena voluntad de trabajar con la nueva administración» siempre y cuando trabaje por una «democracia más prospera y segura», dijo el diplomático ayer.

También se ha rendido al pragmatismo de Ortega -que en 1979 llegó a la presidencia de Nicaragua al frente de una revolución armada- el presidente Enrique Bolaños, uno de sus más duros crí­ticos.

«Hemos visto con agrado esas manifestaciones de que continuará con las polí­ticas responsables en materia fiscal, acuerdos económicos con organismos internacionales, libre empresa, respeto a la propiedad privada y promoción de inversiones», dijo Bolaños.

El escritor Sergio Ramí­rez, enemistado con el próximo gobernante tras su renuncia al Frente Sandinista en 1995, reconoció que su actuación en estas semanas ha dado calma al paí­s «y nadie parece estar deseando que ese clima se trastorne, ni que sobrevenga ninguna clase de inestabilidad».

Hasta los que no quisieron ver a Ortega en la presidencia «le están dando el beneficio de la duda. Pero que pase de allí­ a disfrutar del beneficio de la confianza, será un asunto de los hechos», advirtió Ramí­rez, ex vicepresidente de Nicaragua entre 1984 y 1990, durante el gobierno sandinista.

El peligro no es que Ortega sea de izquierda sino que se apodere de las instituciones del Estado para aumentar su poder y repartir beneficios a sus amigos, para lo que la sociedad civil deberá estar atenta y movilizarse, alertó el ex ministro de Educación Humberto Belli.

Aunque aclaró que esa advertencia es una «mera posibilidad», porque hay que darle al comandante un «generoso compás de espera» y el beneficio de la duda. «No tanto por él sino por Nicaragua», aseguró.