Disgregaciones en torno al Dr. Vinicio Gómez


Ha de haber sido, presumo yo, a principios o en el segundo tercio del siglo anterior que arribó a las costas de San Marcos un español que, con base a su trabajo, privaciones y sacrificios, adquirió una finca cafetalera con áreas para ganado, de nombre San Antonio, situada a escasos 10 kilómetros de la frontera con México, en el municipio de Malacatán.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

Se casó con una joven guapa guatemalteca, Adela Mérida, con la que procreó ocho hijos, de los cuales cuatro varones. De quienes me recuerdo son de Constantino, Carlos y Julio. Habí­a otro menor, que, como dos de sus hermanos, falleció prematuramente por causas naturales.

Vienen a mi memoria esos vagos recuerdos porque era la época de mi niñez y adolescencia, cuando yo, hijo de una modesta maestra rural en la aldea El Carmen Frontera, veí­a con admiración los corceles que cabalgaban los hermanos Gómez.

Don Lucio murió a una edad avanzada y le sobrevivió doña Adelita, quien años más tarde también falleció. La finca fue heredada a los hijos y cada quien, en su mayorí­a, vendió la parte que le correspondí­a.

Quizá fue en la década de los sesentas cuando arribó a El Carmen don Joaquí­n Ruiz, un veterano y honrado servidor público que se hizo cargo de la administración de la aduana, y quien durante la época de las vacaciones llevaba por breves temporadas a sus hijos a la aldea.

Destacaba por su belleza una joven morena de nombre Odette, de quien se enamoró perdidamente uno de los hijos de don Lucio. Carlos se casó con su prometida y dispusieron radicar en la capital. Transcurrieron los años y sólo de vez en cuando veí­a en Malacatán a Constantino y a Julio y no supe más de los otros hijos de don Lucio.

A principios de los noventas fui invitado por el Fiscal General de entonces, el abogado Ramsés Cuestas, para hacerme cargo de la Oficina de Información y Prensa del Ministerio Público. Una tarde me presentaron a un funcionario del área de investigaciones. Supuse que, por la í­ndole de sus actividades, era abogado penalista. Nada más alejado de la verdad. El doctor Vinicio Gómez era cirujano dentista, pero disfrutaba de una magní­fica reputación como minucioso investigador y permanente estudioso de las disciplinas criminológicas.

Dí­as después, durante una breve conversación supe que su padre era Carlos Gómez, hijo de don Lucio, el respetado dueño de la finca San Antonio. Lejos estaba yo de imaginarme que la trayectoria de Vinicio culminarí­a como titular del Ministerio de Gobernación, después de haber sido viceministro en la administración de doña Adela de Torrebiarte.

El resto es historia reciente, pero debo subrayar que el Dr. Gómez siempre se mantuvo alejado de intereses partidistas y de intrigas propias de la burocracia de alto rango, porque su vida, además de su familia, estaba dedicada a la investigación y al servicio público.

Este es mi sencillo homenaje a Vinicio Gómez, excelente Ministro de Gobernación.