Disculpe: ¿Usted es un «barrabrava»?


Un manto de sospecha cubre como un sanbenito a todo aquel que en Pretoria sea visto con camiseta, sombrero o bandera de Argentina a causa de la ola de denuncias y la comedia de enredos que envuelve el caso de los «barrabravas» o hinchas violentos.


La última maní­a puesta en boga por argentinos en el Mundial de Sudáfrica-2010 es hablar de los «hooligans» vernáculos, a tal punto que pasó a segundo plano si Lionel Messi logra jugar en la selección como en el FC Barcelona o si Diego Maradona cumple su sueño de coronarse también como DT.

«Jamás los he conocido, no tengo trato», declaró sobre estos grupos marginales Julio Grondona, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y uno de los vicepresidentes de la FIFA.

De tal modo tuvo que opinar Grondona, a disgusto por cierto, debido a que un aluvión de acusaciones periodí­sticas y polí­ticas vincula a los archiconocidos «barras» con sectores del poder o de la dirigencia.

No tan equivocadas son las conjeturas desde el momento que un lí­der vecinal ligado al gobernante peronismo, Marcelo Mallo, conduce una por lo menos curiosa Ong denominada Hinchadas Unidas Argentinas (HUA), que organizó el viaje a Sudáfrica de unos 250 fanáticos albicelestes.

Pero el primer contingente que arribó de HUA tropezó con el rigor de las autoridades sudafricanas que detuvieron a diez de ellos al bajar de un avión y les sacaron las primeras tarjetas rojas del Mundial al expulsarlos a Angola.

«Ellos (los sudafricanos) por una presunción, utilizaron el derecho de admisión que pueden ejercer todos los paí­ses (…), pero no habí­a ningún indicio de disturbio», se quejó Mallo a la prensa.

Mallo ha logrado, sin embargo, que casi un centenar de los suyos se aloje en Pretoria, en un colegio cristiano cerrado por vacaciones, donde pagan 11 dólares diarios para dormir, tienen cocinera sudafricana y pintan paredes en actitud solidaria mientras la policí­a no les saca el ojo de encima.

«Al menos dos de esos individuos (expulsados) son lí­deres de «barrabravas» de clubes y un tercero está en libertad condicional por asesinato», contradijo al dirigente un comunicado de la policí­a sudafricana.

La policí­a reportó también que «informes de inteligencia indicaban que esas personas podí­an cometer disturbios públicos, actos de violencia y conflictos con algunos hinchas rivales y otros grupos de Argentina durante el Mundial-2010».

Con semejante prontuario, la gente no puede menos que preguntarse si esa persona que va por la calle tocando el bombo o la trompeta o se ubica en una tribuna cantando hasta la afoní­a es solamente un aficionado fervoroso o un criminal en potencia.

«Son situaciones tan difí­ciles que ninguna de las autoridades de los gobiernos de turno pudieron trabar el darles el pasaporte», admitió Grondona, quien insinuó que Maradona y el director de selecciones, Carlos Bilardo, pudiesen haberlos apañado en el Mundial de México-1986.

Señalado con el dedo, Maradona le respondió así­ a un periodista: «No traje a mi «viejo» (padre) conmigo, imagí­nate si voy a traer a otros… No tengo relación con ningún personaje».

Pero tanto barullo armaron los argentinos, en cuyos medios de comunicación se ven alarmantes titulares como «Bomba de tiempo», «Tierra de nadie» o «Temor», que ahora cualquiera desconfí­a hasta de su sombra y de fútbol mejor ni hablar.