Barack Obama ya es Presidente electo de los Estados Unidos. Pero no tiene un panorama fácil. Heredará una administración pública comprometida con los sectores financieros y energéticos en crisis, con los conflictos que su país tiene en el Medio Oriente, la defensa del Estado de Israel, el plan nuclear iraní, los problemas de Irak y Afganistán. Encontrará unas relaciones internacionales deterioradas con Latinoamérica, con una parte de Europa, con Rusia, con China y con los países árabes, producto del unilateralismo, de la doctrina militar de la guerra preventiva y su política migratoria. Además, encontrará un presupuesto estatal con un déficit sin precedentes. El gobierno demócrata de Clinton no encontró esos problemas, porque Bush padre le dejó allanado el camino de un proceso de paz en Medio Oriente y redujo los arsenales nucleares, además que su política fiscal no fue tan desordenada. Por ello, no podrá compararse el gobierno Clinton con el de Obama, porque tiene desafíos mucho más grandes y tiene la oportunidad de dar un giro definitivo en la política norteamericana y mundial.