Difícil, aunque no imposible, el panorama anticorrupción


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La semana pasada platicando con un amigo coincidíamos en que el problema de Guatemala en torno a la transparencia va más allá de la falta de leyes para combatir la corrupción, pues, además, está marcado por la actitud colectiva que existe dentro de la sociedad que no termina de decidirse a enfrentar el problema con disposición para cambiar actitudes propias y condenar de forma generalizada hechos de terceros.

Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt


Eso no quiere decir que debamos cesar en la lucha para que en el Congreso se aprueben leyes anticorrupción que sean un primer escarmiento a las malas conductas y que por tanto nos permita recuperar el buen actuar, no tanto motivado en valores y principios, sino porque alguien tenga el miedo de parar en la cárcel. Lastimosamente las esperanzas cada vez son menores, porque nuestros diputados están enfrascados en sus problemas, en sus intrigas, en sus mañas y en sus juegos que inician desde las campañas cuando obtienen una candidatura en base al dinero que representan en la época electoral y no por sus planes políticos y preparación.
Las generaciones jóvenes nos preguntamos si se vuelven a dar las condiciones que antes, es decir, para realizar una depuración para librarnos de tanta corrupción, fenómeno  que más freno le representa al país, pero me cuesta verlas dado que aquí pareciera que queremos asegurarnos que nada cambie.
Al tema del Congreso de la República debemos sumar la doble moral sobre la corrupción y las conductas contrarias a la ley, pensando que deben detenerse pero sólo aquellas que sean realizadas por personas fuera de nuestro círculo social.
Perplejo me quedé el día de ayer que leí un reportaje de unas constructoras “nuevas”, cuyo mayor pecado, según se planteaba en el mismo, es no ser miembro de antaño de una cámara, o sea carecer de “pedigrí certificado”. No cuestionan cómo operan las influencias entre contratistas y funcionarios o el hecho de lo que debe hacer un contratista para obtener los contratos sino que lo hagan los que no han sido sempiternos miembros de la Cámara.
Se nos hacía ver que esa membresía es sinónimo de transparencia. Una de las contratistas tenía un mandatario que ejercía funciones públicas clave para incidir a favor de sus allegados y ahora sí, personajes que en el pasado apacharon un hecho igual de uno de sus más importantes miembros, condenaron todos los actos llamando nuevos ricos a los contratistas que se metieron sus buenos millones.
No es ser pesimista, pero ante una sociedad que se resiste al cambio, una sociedad que parece hacer todo lo necesario para mantener el estado actual de las cosas porque es más fácil vivir en un mundo donde las reglas están para violarse y no cumplirse y con ello asegurarse vivir “más tranquilos”, me pregunto ¿con qué cara exigiremos al Congreso para que dé un pequeño paso pero firme hacia la transparencia o nos mostramos hartos de sus payasadas?
Una sociedad que no tiene aspiraciones a futuro, que no tiene la esperanza de cambio, es estéril y a mi juicio hoy por hoy eso representamos. Queremos el cambio sabiendo que las posibilidades que sigamos igual o peor son altísimas, pero no a toda costa ni mucho menos perjudicando a nuestros allegados.
 Por difícil que parezca el panorama, no es imposible. Lo que debemos entender es que nuestro país y el futuro de nuestros hijos no pueden estar en manos de personas con doble rasero y con principios selectivos que condenan un acto de los nuevos ricos, pero lo aplauden si son de  una cámara o círculo cercano; lo más importante es que nosotros entendamos que debemos ser los motores de cambio y no ser los del doble rasero.
 No habrá logro de mayor trascendencia para ningún político, ni para la sociedad, que el tema de la transparencia. Ese será un legado que durará para siempre, pero será algo difícil y más si los mismos ciudadanos que están hartos de la anarquía y los males, no la quieren eliminar porque no vaya siendo que más temprano que tarde, nos querramos beneficiar de ella.