La perspectiva que tengan los ciudadanos respecto a los primeros cien días de gobierno y la que tengan los funcionarios tendrá marcadas diferencias porque mientras unos sienten el agobio de la inseguridad y el alto costo de la vida, los otros piensan que han hecho mucho en este lapso y que, a diferencia de lo que encontraron, hay avances importantes y significativos. Cualquier funcionario cree que está haciendo lo mejor y que si la gente no lo ve así es porque hay muchos malagradecidos o porque los medios se encargan de generar una imagen distinta que empaña la labor realizada.
La verdad es que en cien días no se puede cambiar tanto como para que exista una percepción clara en ese sentido. Pueden darse algunos pasos importantes y orientar en forma distinta el objetivo final del trabajo de los funcionarios, pero un viejo axioma afirma que haciendo siempre lo mismo no se pueden esperar ni mucho menos obtener resultados diferentes. Y el sistema en Guatemala es, ha sido y seguirá siendo el mismo porque nadie ha entendido la dimensión que tiene esa estructura deliberadamente anquilosada que hace ineficaz a nuestro Estado.
Las diferencias entre un gobierno y otro terminan siendo de matices (y podría decirse en cuanto a la magnitud y forma de la corrupción), porque las herramientas disponibles para actuar son las que están oxidadas e inutilizadas. Un estado incapaz de cumplir sus fines es lo que más conviene a todos, léase bien, todos los poderes paralelos porque les amplifica su campo de acción y garantiza la más absoluta impunidad. Un Estado que no puede administrar justicia, que no recauda adecuadamente sus tributos, que no puede regular el comportamiento de sus ciudadanos y de sus empresas y que no garantiza la vida de sus habitantes, no digamos la salud y la educación, es un Estado que no sirve para nada y que aunque técnicamente no pueda encasillarse como fallido, su accionar se vuelve absolutamente inútil.
Y por ello, porque el Estado no puede actuar correctamente, aunque los funcionarios hagan lo mejor que puedan y coloquen todo su empeño en la tarea de proyectar beneficios, fracasan porque es la estructura y el sistema lo que no funciona. El dilema está en si se acomodan o si logran entender que no basta la buena intención y comprenden la necesidad de recrear el Estado, de hacerlo eficaz y competente para ejercer sus funciones naturales que son las someramente enunciadas en el párrafo anterior.
Mediáticamente es atractivo el balance de los cien días. En la práctica, no tiene la menor importancia si en ese lapso no han sido capaces de diagnosticar el problema porque entonces nos quedan más de mil días de lo mismo.