En estos días de reflexión quiero referirme a los hombres justos. Muchos grupos religiosos y algunas sectas sostienen que la destrucción del mundo ya está decretada y que lo único que detiene tan fatal acontecimiento son las circunstancias que se mantienen conforme una vieja promesa que Dios hizo a un personaje de la antigüedad bíblica. A Abraham, Avraham de los hebreos o Ibrahim de los musulmanes.
Nuestro padre en la fe y uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento vivió hace cerca de 4 mil años, por lo que su tiempo de vida es equidistante de Jesús con nuestro propio registro: de Abraham a Jesucristo hay el mismo tiempo que de Jesús a nosotros. Muchas cualidades se han expresado de este santo varón, especialmente su firme creencia monoteísta y su ciega fe el Dios (como lo atestigua el sacrificio de su hijo Isaac). Fue además un jefe tribal muy influyente que vivió en Ur de Caldea en el sur-este del actual Irak (por Kuwait) unos 350 años –diez generaciones– después del diluvio. Pero más allá de su patriarcado quiero referirme a su habilidad como negociador. No por intercambios de cabras, caballos o pasturas que habrá realizado con otros pobladores, me refiero a la negociación que quedó registrada y que hizo con el mismísimo Yahvé. ¡Tamaño atrevimiento, impensable osadía! regatear con el Altísimo. De hecho mantuvieron una comunicación constante y fluida y por su medio Dios hizo varias promesas. Pero hay un pasaje especial al que me quiero referir.
Como “el clamor de Sodoma y Gomorra es grande y su pecado gravísimo” Dios había decretado su aniquilación y así lo comunica a Abraham. Acaso sorprendido el patriarca cuestiona si el castigo iba a caer injustamente sobre gente buena por eso sugiere al Señor si perdona (a todos por parejo) si hay 50 justos. “No destruyo la ciudad si hay 50 justos”. No los había. Entonces Abraham pregunta si hay 45 justos. “Igual los perdono”. Y así continúa el relato bíblico como un simple regateo de vendedor ambulante con elaboradas expresiones como “he aquí, ahora me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza”; “no se enfade mi Señor si le digo”; “cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor” rebajando el número de 10 en 10 hasta llegar al perdón en caso hubiere 10 justos. Todo indica que no los había.
La tradición de los Lamed Vav expone que en cada generación hay en el mundo 36 personas justas cuya existencia previene la aniquilación de la tierra (como hubieran sido aquellos 10). Algunos místicos del judaísmo hasídico sostienen que la presencia de esos 36 escogidos justifican a la humanidad ante Dios por ello cuando uno muere debe ser inmediatamente sustituido. Se les llama también Nistarim (los escondidos) porque son humildes, no se conocen entre sí y algunos hasta aparentan ser malvados. Por lo mismo algunos creyentes tratan de ubicarlos para mantenerlos con vida y extender la prórroga, por el contrario los apocalípticos quieren darles muerte para precipitar el fin de los tiempos.
Cuando se habla de “justo” no se hace referencia a piadoso, perfecto, ayunador, cucurucho, diezmador, abstemio, etc. Es algo más profundo. Tampoco se sabe por qué son 36. Por cierto ¿cuántos justos habrá en el mundo? Y en nuestra Guatemala ¿habrá justos? A saber, lo importante es que quien lea esto mire al espejo y trate de ver enfrente a una persona justa.