¿Diez años de paz?


Hace diez años era domingo. La Plaza de la Constitución ese 29 de diciembre estaba llena de personas sonrientes. Las campanas de los templos católicos quisieron sincronizarse para ofrecernos un espectáculo auditivo en adición a las otras manifestaciones de júbilo que como entretenimiento nos permití­an percatarnos que «algo estaba cambiando, muchas cosas iban a cambiar», pues la «paz se habí­a firmado».

Walter del Cid

Pero la paz sin una justicia imparcial, pronta y cumplida no es paz. Más aún. Sin en el «pan del saber», sin educación no puede haber paz. Sin salud, sin acceso a los centros primarios de atención en salud, no puede haber paz. Sin una vida digna, sin en el más elemental decoro para muchos ?cientos de miles- de nuestros campesinos, no puede haber paz. No puede haber paz si no hay seguridad. No puede haber paz si no hay certeza y confianza en quienes dirigen los destinos del paí­s. No puede haber paz si constantemente se «regatea» un mí­sero «salario mí­nimo».

Este viernes, diez años después de la suscripción de la «Paz Firme y Duradera» hay más motivos para preocuparse que para estar atrapados en una algarabí­a sin fundamento y de la que cacarea, con demasiado ruido, el grupo que hoy nos gobierna.

Si la paz también es desarrollo, hoy vemos con tristeza que éste ha beneficiado con exclusividad a unos pocos. Hoy el crimen organizado (y el desorganizado) se encuentran enraizados en cada calle, en cada edificio, en los entes públicos y en muchos privados. Vivimos atemorizados y ni siquiera en nuestras propias casas tenemos la certeza de que «nada pasará».

Diez años de paz y los í­ndices de empobrecimiento de nuestra población siguen en aumento. Diez años después y los ricos son más ricos en tanto los pobres, son más y más pobres. Hasta sin pisto nos han dejado los incompetentes que nos gobiernan. Pero se ufanan que «tras tres años de rescate» el paí­s avanza. Tres años sin los cuales de no haber recibido el apoyo de quienes tanto criticaron y por quienes les valió la victoria electoral, habrí­an podido realizar tan siquiera la mitad o menos de lo poco que han realizado.

Diez años de expectativas incumplidas. Diez años de cambios a medias. Diez años de horror por la frialdad con la que suelen desarraigar, despreciar y marginar a cada vez más guatemaltecos, dentro y fuera del paí­s. Son diez años transcurridos y deberí­amos hacer un gran esfuerzo de reflexión nacional para impedir que cuando se cumplan los quince, aún tengamos que estarnos lamentando por haber permitido que nuestro paí­s, nuestro Estado sea tan fallido tan «inexistente» como es en la actualidad.

Dentro de cinco años, el gobierno que viene tendrá la gran responsabilidad de rescatar en lo posible, la confianza y la credibilidad que tanto se ha perdido. O será que también nos llegaremos a preguntar ¿quince años de qué paz?